sábado, 29 de septiembre de 2012

Aprender a ser blancos


9º Día. Martes, 21 de agosto 2012.
Nos sentamos en un chiringuito a desayunar, un espacio reducido atendido por dos chavales del norte del país, (dice sin ningún asomo de duda Romeo, que los identifica por el dialecto) en el que atienden con presteza a once comensales en tres metros cuadrados (a uno de ellos incluso le sobra habilidad para simultáneamente atender al móvil y teclear, a la vez que cocina). Cada día que pasa nos hacemos un poco más benineses. Como de costumbre, desayunamos tortilla francesa en pan y nescafé con leche condensada. Noelia y Romeo cogen en el puesto de al lado unas tortitas de esas llamadas paté para completar.
Nos  llevan Jöel y Patrice al Colegio católico de Santa Teresa del Niño Jesús, en el que trabaja la tía monja de Romeo, aunque ella no está ahora, está de vacaciones. Nos recibe en el patio el Jefe de estudios de los cursos de verano, que nos acompaña al despacho de la Jefa de Estudios, una monja de avanzada edad y extrema delgadez pero con una mirada luminosa llena de cariño y muestras de gran lucidez. Habla un poquito de español que no duda en poner en práctica y se muestra entusiasmada con nuestra visita. Romeo le hace entrega de una bolsa con material escolar, que la madre dice que distribuirá entre los alumnos con menos recursos. También le damos un balón de fútbol. 

Después, iniciamos un recorrido por los pasillos para ir conociendo un poco el centro y vamos entrando en algunas clases en las que los respectivos profesores están impartiendo inglés, matemáticas y lengua. Algunos de los alumnos asisten a clases de español y nos saludan tímidamente en nuestro idioma. Están un tanto sorprendidos, se ve que no les resulta nada familiar  tener al lado una piel tan blanca como la nuestra. A veces pienso que nosotros también tenemos que aprender a ser blancos. No nos viene nada mal. Nadie nos ha enseñado a ser distintos por nuestra raza, no estamos acostumbrados a tener que justificar nuestro color.
Entre los chicos la palabra España se asocia a fútbol, al mundial, a Messi, a Ronaldo. En eso nos identifican con precisión, pero son muy pocos los que contestan afirmativamente cuando les preguntamos si saben dónde está nuestro país. Arquean las cejas y la expresión con la que acompañan la sonrisa que viene a continuación, denota claramente lejanía, desconocimiento, duda. Las clases son de unos cincuenta alumnos por aula y resulta evidente que los medios son escasos, grandes pizarras hechas con un lienzo pintado de negro y “encerado” sobre la misma pared, tiza y hojas sueltas o pequeños cuadernos bien aprovechados. Ventanas sin cristales, como en todas partes y, en este caso, con rejas. Alumnos y alumnas, pulcramente vestidos y aseados.
Se puede apreciar, por comparación con los nuestros, que los chicos aquí son muy disciplinados. Están acostumbrados a normas más rígidas, a un orden más estricto, al rigor. Sus miradas son despiertas, inquietas. Escuchan con atención a Romeo, que trata de motivarlos y les alienta a esforzarse para mejorar. Pienso que he tenido mucha suerte habiéndome dedicado a la enseñanza. Es bonito, es gratificante. En el fondo, devuelves lo que te han dado, lo que has ido aprendiendo. Sabes que transmitiendo tus conocimientos los socializas, los universalizas y, en alguna medida, contribuyes a hacer adultos mejores, a que los jóvenes se puedan desenvolver con mayor facilidad, a que ganen argumentos, a que se hagan fuertes. En definitiva, a que la vida les resulte un poquito más fácil. 
La visita es interesante y tanto los alumnos como los profesores nos atienden con interés y expectación. En alguna de las aulas nos reciben levantándose e iniciando un cántico apoyado con palmas. Los de los cursos superiores se animan a hacernos alguna pregunta cuando se lo proponemos. ¿Por qué habéis elegido ese colegio para visitar?, ¿qué diferencias encontráis entre estar en Benín y estar en España?. Los dos profesores que nos acompañan también se interesan por temas pedagógicos, el funcionamiento de los órganos de gobierno en los establecimientos educativos y la forma en la que se plantea la resolución de los problemas de disciplina.
Al coger el coche vemos un cartel en un banco que anuncia préstamos para los estudios de los hijos. Hablamos de este tema y acerca de las dificultades que supone aquí el dar estudios a los hijos. Los préstamos no son fáciles de conseguir, los intereses altos y las cuantías escasas. A una mujer como la madre de Romeo, con un sueldo fijo, le pueden conceder un préstamo de 200.000 francos (unos 300 euros) que cuesta mucho trabajo juntarlos y a la hora de devolverlos se pueden convertir en 300.000. A otra gente que no pueda garantizar ingresos no se lo conceden. Los chicos con pocos recursos normalmente quieren estudiar porque son conscientes de que es la forma de poder salir del círculo complicado en el que han nacido. Hay mucha competencia entre los que tienen aspiraciones porque todos quieren conseguir las becas de excelencia, gracias a las cuales pueden seguir estudiando y sin las que las familias no pueden soportar el gasto que supone darles estudios si tienen varios hijos, que es lo más habitual.
Nos dirigimos al Estadio de La Amistad. Realmente el estadio no tiene nada especial, es un estadio grande sin más méritos, pero se entiende que lo luzcan porque no hay grandes monumentos para mostrar. Lo construyó el gobierno chino hace treinta años, cuando en Benín había un régimen marxista-leninista. No sólo es el estadio en el que tienen lugar los grandes encuentros deportivos internacionales, sino que es el lugar que se elige para celebraciones masivas o concentraciones multitudinarias de gente, tanto de carácter cultural o social, como político o religioso (hace unos meses tuvo lugar la llegada del papa Benedicto XVI).
Decidimos después acercamos hasta la playa. Está cerca. El día está nublado y hace viento. No hay casi nadie. Alguna persona desperdigada entre las palmeras y un grupo de miembros de la iglesia de los cristianos celestes vestidos de blanco, que rezan mirando al este y llevan a cabo sus ritos religiosos sobre la arena. En Benín se pueden apreciar carteles publicitarios de muchas iglesias desconocidas por nosotros. En cualquier esquina aparece un texto divulgando las virtudes de un tipo de iglesia, la Iglesia de la Palabra Poderosa, la Iglesia de la Semilla Original o la Iglesia del Cristianismo Celeste. Aunque hay mayoría de católicos, han surgido otras muchas religiones con ánimo de armonizar en mayor medida las diferencias con las religiones tradicionales del país y con el vudú.
En un puesto cercano tomamos coco, mientras que en el maquis de al lado tres mujeres baten al unísono ñame para la comida en un mortero. El jugo del coco recién abierto es muy refrescante pero cuando el chaval lo parte con el machete comprobamos que la carne es pulposa, mucho menos compacta, más gelatinosa que la que nosotros tomamos habitualmente. Al hacer una maniobra marcha atrás con el coche, Jöel rompe el cristal de un mueble que había en un puesto callejero. Como siempre en estos casos hay un momento de tensión y gritos, producto de la lógica irritación del vendedor, que Romeo se encarga de apaciguar.
Allí al lado nos metemos en un chiringuito para que nos preparen algo de comer. Espaguetis y cuscús con salsa de tomate y cebolla, adornados con una pieza de pollo o pescado. El sitio, una especie de terraza de colores llamativos con una mesa grande de madera tosca pintada de color granate. Cuando voy al servicio veo en el patio gran cantidad de bloques de ladrillo sobre los que han puesto la ropa a secar y sobre los que duermen la siesta tres chicas jóvenes.
Después pasamos al lado del aeropuerto y nos acercamos hacia el puerto porque Jöel quiere comprar pescado para su familia. Un hombre uniformado me reprende cuando hago unas fotos inocentes a los barcos de pesca en el puerto, porque es zona militar. Atardece de prisa. El último punto del orden del día es el mercado de artesanía, al que hacemos una visita rápida porque tenemos intención de venir más despacio otro día. Compramos algunos recuerdos. Collares, figuras de madera tallada, pendientes, pinturas y cajitas.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Con los que viven encima del agua


8º Día. Lunes, 20 de agosto 2012
Hoy nuestro objetivo es Ganvié, que dicen es la ciudad lacustre más grande de África y un entorno de gran belleza natural. Vamos a por ella. Algo tendrá para que haya sido nombrada Patrimonio mundial por la Unesco en 1996. Caminamos un rato por las inmediaciones en busca de un taxi. Nos detenemos en un puesto observando a una mujer que fríe buñuelos. Se llaman yovó dokó (lo de yovó nos suena mucho porque es la palabra que pronuncian los niños cuando nos ven. Significa blanco y en este caso se usa para los buñuelos porque están hechos de harina de maíz). Compramos siete (a 25 francos) y otros siete hechos con la misma masa pero más aplanados, con forma de empanadilla, a los que llaman paté (a 50 francos) Total, que hemos desayunado muy bien los siete por (525 francos) menos de un euro.

Escasean los taxis para acercarnos a Ganvié. El tiempo va pasando sin solución por lo que Romeo opta por meternos a tres en un taxi (Tere, Mati y yo) que se detiene a nuestro lado, ya ocupado por otra persona. Le da una dirección de Calavi para que nos lleve. Allí nos bajamos (600 francos cfa = 1 euro) y esperamos la llegada del resto del personal. Pasa un buen rato sin que den señales de vida y cuando ya empezamos a impacientarnos aparecen los demás en el coche de Jöel, que se ha acercado a buscarles porque no había taxis.
El lago Nokoué, al norte de Cotonú, alberga varios poblados lacustres entre los que destaca Ganvié, al que de manera poco afortunada han querido promocionar con el nombre de “la Venecia africana”, que no identifica en modo alguno lo que te vas a encontrar, aunque se trate de casas en medio del agua y embarcaciones con cierto parecido a las góndolas. Aquí la vida es mucho más cruda y se palpa mucho más cerca. Ganvié está habitada por una población que en su momento escapaba de las redadas en la época de la colonización. Las personas que viven aquí son descendientes de la tribu tofin que se trasladó del norte en el siglo XVIII para escapar del dominio de los fon al expandir el reino Dahomey. Viven principalmente de la pesca y desarrollan toda su vida sobre el agua. Duermen, estudian y trabajan flotando. La vida de los tofin se desarrolla a bordo de las piraguas y con el agua como referente y como compañera eterna. El lago es todo para ellos. De hecho, tiene hasta su propio dios, llamado Tohossou.
Entrar en la zona donde está el poblado produce una sensación rara, una mezcla de curiosidad, intromisión y respeto. Las viviendas, chozas construidas sobre un inestable entramado de pequeños troncos, son cuatro paredes de caña o de bambú con un agujero para la puerta y otro para la ventana. Por desgracia (al menos para nosotros), los tejados de paja se van sustituyendo por planchas de chapa ondulada. Algún milagro permite que las chozas se mantengan sin problema sobre el agua. El tráfico de canoas en el centro del poblado es incesante. Nos quedamos sorprendidos cuando nos dieron la cifra de 30.000 personas para las que todo ocurre sobre el lago. En el agua está el mercado, la escuela, el centro de salud, las iglesias, el centro artesanal, los hoteles, las tiendas, etc. Todo está enmarcado por el agua. Es un espacio muy llamativo en el que la existencia se presume empapada de extrema dureza. Son evidentes las muchas dificultades que se deben de atravesar para subsistir en un medio tan hostil. Pero también aquí se aprecian las ganas de superación ante las adversidades. Realizamos un amplio recorrido de gran interés por el poblado, durante el cual hacemos varias paradas para comprar algún recuerdo en una tienda de artesanía y para tomar un café observando tranquilamente cómo transcurren otras vidas diferentes.
En el recorrido de vuelta nos cruzamos con un buen número de embarcaciones que faenan o se desplazan de un lado a otro por los caminos de agua. La mayoría lo hacen a remo, algunos con trapos grandes que utilizan a modo de vela y unos pocos  afortunados con motor. A nuestro paso, muchos de los ocupantes de las piraguas se tapan la cara con el sombrero o con las manos, bajan la cabeza o se esconden al verse enfocados por la cámara. Algunos nos dirigen signos de desaprobación y hacen el gesto de salpicarnos con los remos.
Aunque no se note mucho, la vida en el lago tiene que ser dura. Un sencillo pero ingenioso sistema de pesca ocupa buena parte del tiempo de los hombres. Con ramas clavadas en el lago montan un pequeño laberinto para los peces, que acuden en busca de alimento cuando las hojas se van pudriendo. Es cuestión de dejar pasar el tiempo, rodear el entramado con redes y quitar las ramas para hacerse con el preciado botín
La visita a Ganvié resulta para todos nosotros curiosa y de gran interés. Nos atraen tanto los orígenes históricos que dan lugar a la existencia de los poblados como la posibilidad de observar directamente cómo transcurren los días de esta gente, que tiene en el agua su actividad fundamental, su trabajo, su dios y su cultura. Además, plásticamente, el paraje es de una estética poco usual. Podría calificarse de espectacular. Comentamos, ya de regreso, la enorme dificultad que tienen algunos para lograr subsistir por el mero hecho de nacer donde les toca hacerlo.  

Una vez en tierra volvemos a coger zemidjans (moto-taxis) para acercarnos al hotel. Nos lavamos un poco, recuperamos el aliento y continuamos. Al salir, esperamos en el cruce la llegada de Leticia, la hermana de Romeo, que nos va a acompañar al mercado de Dantokpa para comprar telas. Cuando llega nos acercamos en mototaxis al banco en el que Romeo ha quedado con la mujer que visitamos ayer en su casa, para cambiar euros. Salimos del banco con la sensación de ser importantes, después de guardarnos en la mochila un millón y pico de francos en billetes pequeños totalmente nuevos.
Nos lleva Jöel en dos tandas a un maquis cercano. Comida con pollo, plátano frito, cebolla, pimiento, patatas y arroz. Cuando llego, a la vuelta del servicio, Jöel hace un alarde de profesionalidad comprando corbatas a una chica que ha aparecido por allí. Al final ha conseguido llevarse tres corbatas por la sexta parte del precio que le pedía por una.

De allí nos vamos al mercado de Dantokpa, el punto de concurrencia de una marabunta de gente enzarzada en el mundo de la compraventa. Matilde y Priscila quieren comprarse telas para hacerse un vestido. Leti, la hermana de Romeo, domina el medio y nos conduce con habilidad y sin titubeos entre aquellos ríos de gente, para aparcarnos directamente en la tienda adecuada. Espero pacientemente el resultado de la elección. No debe ser fácil saber entre miles de telas de colores, cuáles son los que más te favorecerán.





 
Apostado en la entrada, mientras veo cómo pasa África ante mis ojos, trato de saber qué hago aquí, en esta tienda de libaneses que venden telas para trajes en el gran mercado de Dantokpa, en Cotonou, la capital de Benin, un pequeño país del que hace poco no conocía más que el nombre. Entre la gente que se mueve por el mundo, se repite, a la hora de explicar razones, que viajan porque son adictos a los viajes, que quieren conocer otras culturas, o bien que lo hacen por divertimento, para escaparse de la rutina cotidiana. Yo no sé en mi caso cuáles son los motivos, pero probablemente tengan algo que ver con dejar atrás las seguridades, con caminar, con ser más consciente. Quizás los centrase en el entorno de la fotografía. Y no tanto en la fotografía como resultado sino en la fotografía como medio. Yo no estoy especialmente interesado en la técnica fotográfica, ni me extasío ante una imagen con un acabado perfecto. Yo llevo muchas veces una cámara colgada del hombro porque tengo el convencimiento de que la fotografía me ha enseñado a ver, que gracias a la cámara he visto y veo muchas cosas que de otra forma me hubiesen pasado desapercibidas. No me refiero a hechos acaecidos que haya podido grabar, sino a encuadres, a contrastes, a luces, a colores, a formas que descubres cuando miras fotográficamente. Me gusta buscar, extraer algo determinado dentro de la masa que percibes, algo que se crece al enfocarlo. Cuando se mejora el significado de un objeto es cuando aparece la magia. La cámara registra nada más y nada menos que una decisión tomada por el ojo. La sensibilidad es la guinda. Está claro que no es suficiente estar ante un hermoso paisaje, ante una mujer maravillosa o presenciando un acontecimiento único, para hacer una buena fotografía. Hay que estar despierto. Y está claro que un viaje te permite escaparte o alejarte un poco de las distracciones que diariamente te envuelven y te enturbian los ojos.
Inmerso en mis pensamientos, absorto, cuando vuelven, al terminar de hacer las compras, casi me molesto. Con las telas bajo el brazo nos pasamos un momento por el sitio donde trabaja Jöel (la Oficina de Regulación de los Mercados Públicos, que depende de la Presidencia de Gobierno), a concluir algún trámite pendiente. Desde allí nos vamos al taller de la modista que les va a hacer los trajes, una chica menuda de rostro tranquilo y mirada intensa, ataviada, como no podía ser menos, con un traje perfecto.

Ya de regreso, en la salita que hay delante de nuestra habitación, nos ponemos a distribuir el dinero que hemos cambiado en el banco. El aspecto es de película. Parecemos delincuentes, atracadores repartiendo un botín. Nos llevamos una desagradable sorpresa cuando comprobamos (y recomprobamos) que nos falta un paquete con 10 billetes de 2.000 francos. No es que sea una cantidad notable (20.000 cfas son unos 30 euros), pero Romeo está especialmente molesto. El asunto se zanja sin problemas asumiendo entre todos la falta.