jueves, 13 de septiembre de 2012

Entre Esperanza Aguirre y el alcalde de Lokossa



5º Día. Viernes, 17 de agosto 2012

Repetimos en Chez Franco el mismo desayuno que empieza a ser habitual en este viaje, sencillamente porque nos gusta: Tortilla francesa con cebolla en pan y cacao con agua o nescafé con leche condensada (o las dos cosas, en algún caso).

Nos dirigimos al colegio La Salle, en el que estudió Romeo y donde posteriormente dio clase. Llegamos justo a la hora del recreo. Al principio, los chicos nos miran con recelo y guardan las distancias. Poco a poco dejan de extrañar nuestra piel, se aclimatan, se acercan y después se alborotan a nuestro alrededor, nos inspeccionan con minuciosidad de arriba a abajo y nos piden que les hagamos fotos. El colegio, las instalaciones y el ambiente dan muy buena sensación. Las aulas dan directamente al patio y tienen las puertas abiertas, los bancos son colectivos y en cada clase el número de alumnos nunca es superior a 45. 


Nos saludan varios profesores. Uno de ellos nos dice que ya está jubilado pero continúa yendo al colegio para ayudar porque le gusta su trabajo. Por mucho que Esperanza Aguirre se empeñe en convertir a los profesores en unos vagos insolidarios, está claro que lo de la docencia tiene una componente vocacional importante en cualquier circunstancia y en cualquier país del mundo. No es fácil imaginar a un minero, un camarero o una limpiadora del Metro que continúen yendo a trabajar por amor al arte después de jubilados. Aquí, están ahora con las clases de refuerzo para el mes de agosto, que no son exclusivamente para los que no han aprobado en junio, sino también para otros muchos que quieren mejorar su formación y comenzar adecuadamente el próximo curso. Cuestan estas clases 3.500 francos (algo más de 5 euros) para los cursos superiores y 3.000 para los otros. Son cantidades no demasiado gravosas para una familia media, pero tampoco insignificantes, lo que obliga a pensárselo bien a los padres, en función del aprovechamiento esperable de la inversión que tienen que realizar. No se lo puede permitir todo el mundo. Da la sensación de que está bastante generalizado entre los padres el convencimiento de que formando a sus hijos es como éstos pueden llegar a tener un mejor futuro, pero muchos no se lo pueden permitir aunque les gustaría hacerlo, porque necesitan toda la colaboración posible de los hijos desde edades muy tempranas para poder dar de comer a la familia.

Hablamos de enseñanza pública frente a privada y de las diferencias en educación entre Benín y España. Una de las cosas interesantes que apreciamos es la discriminación positiva para con las niñas. El porcentaje de mujeres escolarizadas es sensiblemente inferior al de varones. Al objeto de contribuir a que los padres acepten de mejor grado que las chicas vayan al cole y no comiencen a utilizar a sus hijas desde edades muy tempranas para ayudar al sostenimiento familiar (labores agrícolas, venta, comercio), las tasas por escolarización que se cobran a las chicas son inferiores a las de los chicos. 

Se aprende mucho en los viajes, no cabe duda. Algunas cosas son evidentes. Al ponerte en marcha siempre conoces lugares, sitúas espacios, te mueves por sitios, analizas algún plano, lo que quiere decir que aprendes directamente geografía y cartografía. También es normal que te cuenten o te intereses por cómo se ha ido desarrollando la vida local en esos lugares a los que accedes, con lo que puedes  además aprender algo de historia, de sociología, de política y de religión. Es fácil incluso que, al entrar en contacto con paisajes diferentes, te muestres interesado en conocer el clima, los nombres de los árboles autóctonos, qué tipo de fauna habita en la zona y cuál es la producción agrícola local, con lo que estás aprendiendo mucho más, un poco de economía, de ciencias naturales, de botánica, de zoología, de astronomía y de climatología. Así mismo, es frecuente que en un viaje aprendas algo acerca de la música, la gastronomía, los bailes y el idioma del lugar (aunque viajes por tu país). Lo que no parece tan inmediato, es que de un viaje regrese uno sabiendo mucho más de solidaridad, de esfuerzo, de resignación y de humildad, aunque también suele suceder así. Está claro que en un viaje se suele aprender mucho. Incluso, se puede aprender más que en la escuela.  

Al finalizar la visita, nos dirigimos al Museo Histórico de los Reyes de Abomey, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El conjunto lo componen un total de doce palacios correspondientes a doce reyes consecutivos, que fueron construyendo cada uno al lado del de su predecesor. Solamente son visitables dos (el del rey Glele y el de su padre Gezo) y cuesta 1500 francos (2,3 €). De forma un tanto sorprendente para nosotros, ya que no hay nada susceptible de deteriorarse, está prohibido hacer fotografías. Los palacios no tienen nada que ver con lo que nosotros entendemos por un palacio. En síntesis, es un gran patio circundado por una amplia dependencia que es la sala de reuniones, otra más pequeña que es la sala de las ofrendas, espacios para la corte, la administración y residencia. Isaac, el chico que de forma muy dramatizada nos hace de guía, va explicando diferentes detalles acerca de la época, los reyes y el lugar. Nos estremecemos cuando en la sala de ofrendas, rodeada de un montón de cráneos y esqueletos de animales, nos dice que para no herir susceptibilidades se han retirado los cráneos humanos que había. También comenta (y también levanta cierto revuelo) que para hacer la masa del adobe rojizo del que está hecho el ara del altar se utilizaba la sangre de los hombres y de los animales sacrificados. Otra cosa que resulta impactante entre la audiencia es que algunas mujeres del rey decidían acompañarle al más allá en el momento de su muerte (eso es amor y lo demás tonterías). En el caso del rey Glele, 41 de las 4.000 mujeres que tenía decidieron ser enterradas vivas con él.


Antes de salir, firma en el libro de visitas y paso obligado por las tiendas de artesanía, donde compramos cosas variadas, especialmente manteles. 

Terminada la visita del palacio, paramos un momento en la plaza Gohó, para ver el monumento al penúltimo rey de Dahomey, Behanzin, hijo de Glele, considerado un gran gobernante por su pueblo, hizo frente a los franceses y encabezó la resistencia en la guerra de Dahomey. Al terminar de hacernos las fotos de rigor frente a la estatua del dirigente, nos dirigimos de nuevo a Bohicon a recoger a Epiphanie, la madre de Romeo.

Como no andamos muy bien de tiempo, la carretera es mala y tenemos intención de detenernos también en Lokossa, nos paramos un momento a aprovisionarnos en el mercado. Se bajan Romeo y Noelia a comprar algunas cosas y así poder comer durante el trayecto sin detenernos.

Nos reímos mucho, con la furgoneta ya en marcha camino de Dogbo, durante los preparativos de la comida. A pesar de las cabriolas y de los quiebros que tiene que hacer Matías para evitar los abundantes baches, la comida resulta ser un éxito total. Bocadillos sabrosísimos de aguacate con cebolla, mazorcas de maíz a la brasa y de postre naranjas dulces. Esta vez no hay café para rematar, pero sí un trago de sodabi, el aguardiente beninés, que te recarga de inmediato las pilas.


Después de una hora y pico llegamos a Lokossa. A esta ciudad es a la que vinieron a parar los equipos informáticos y el mobiliario que donamos desde el Instituto Clara del Rey, así como el diverso material escolar que envió la asociación Destino Benin. Aunque no está en esos momentos, nos va a recibir el alcalde, que pide que le esperemos.

El acto resulta un tanto extraño visto desde nuestra perspectiva. Cuando llega, n0s recibe en un despacho descomunal con aire acondicionado, nos saluda muy ceremonioso y nos ofrece asiento en amplísimos butacones de madera noble y cuero. De un lado se sientan en la sala de manera protocolaria, el alcalde, Dakpé Sossou, al que acompañan el primer y segundo tenientes de alcalde, el secretario del ayuntamiento, un periodista y un fotógrafo. Del otro, nosotros, que nos sentimos un tanto ridículos y un tanto apabullados frente a aquellos señores tan serios. Ellos van ataviados con trajes preciosos, engalanados como si fuesen a un acto importante y nosotros en pantalón corto y sin peinarnos siquiera. 

Esperamos atentos y en silencio frente a ellos. No conocemos las reglas, no sabemos lo que viene a continuación. Quizás por eso se respira cierta tensión en el ambiente. Ellos hablan continuamente por los móviles, preparan algo, nosotros miramos distraídamente las cortinas y el techo de la sala. El tiempo pasa muy lentamente. Se oye el ruido que hacen los segundos al romper el silencio. Se pueden escuchar hasta nuestros latidos agarrotados por el tiempo que no pasa. El alcalde cruza cuatro palabras en voz baja con Romeo. Parece prepararse un discurso de bienvenida, una charla de agradecimiento o algo similar. Silencio de nuevo. Sigue sin pasar el tiempo. Debe haber algún fallo protocolario porque el momento se hace eterno y el alcalde notamos que se está poniendo incómodo. Se impacienta y decide levantarse. Sale de la sala, pero no tarda nada en regresar. No le debe parecer bien dejar solos a los invitados. Se vuelve a sentar con gesto serio, distante, aunque es evidente que ya está mucho más tranquilo. Poco después aparece en la sala otro hombre con una fuente llena de refrescos, tónicas, cervezas y agua. El alcalde nos invita a beber. Se rompe el silencio y se relaja el ambiente. El fotógrafo hace fotos del momento histórico. Yo pido permiso y hago lo mismo. Respiramos. Ellos también lo hacen. Desaparece la tensión. 
Una vez inmortalizados, el alcalde nos invita a conocer la sala de plenos, en la que nos muestra las sillas y mesas del Instituto. El acto concluye. Salimos. Nos reímos con ganas pero no entendemos nada de lo que ha pasado. Todo parece indicar que o bien el gran problema que generó tanta tensión era que no encontraban a nadie para enviarlo a comprar bebidas frías, o bien las bebidas estaban en el frigorífico de alguna dependencia del ayuntamiento, pero no encontraban la llave. 

Desde aquí la carretera mejora hasta Possotomé. El hotel Chez Theo en el que nos alojamos es una maravilla, un sitio con aire romántico, enclavado a orillas de un lago en un paraje con frondosa vegetación, bambú y palmeras, cuyo propietario es el hermano de un cura que ha estado durante años en Colmenar, al que Romeo conoce. El enclave es delicioso, con comedores construidos en palafitos sobre las aguas del lago.


La cena no es nada especial y relativamente cara. Los gustos se reparten entre brochetas de gambas con cuscús, pescado a la brasa con arroz, conejo con espaguetis o brochetas de buey con patata frita. Cada plato 4.000 francos (unos 6 euros). El precio no es nada escandaloso, pero sí, por contraste, una enormidad frente a los 400 francos cfas que pagamos ayer en Chez Franco por lo mismo. Para colmo, los platos no tienen ninguna gracia (parece, por lo que se comenta, que se salva el conejo) ni está muy allá la preparación. Flojito.
Después de la cena el ambiente general se vuelve un tanto perezoso. Algo de cansancio y la tripa llena contribuyen a relajar rápidamente los ánimos. Romeo y Noé proponen que nos acerquemos a la fuente termal que hay en las inmediaciones del hotel, en la fábrica de agua mineral, donde el que quiera se puede dar un baño. Yo me apunto de inmediato y eso abre casi automáticamente la puerta para que los demás también digan que sí. Nos acompaña hasta el lugar uno de los chicos del hotel con una linterna. El lugar en principio es un tanto decepcionante, no tiene ningún atractivo especial. Una cañería suelta agua a cuatro metros de altura sobre un pavimento sucio de azulejo. Pero no hay que quedarse con las apariencias, el baño resulta totalmente placentero, extraordinario. El agua mana con fuerza y a mucha temperatura. Actúa sobre el cuerpo con un efecto revulsivo inmediato. Lo sacude y lo reactiva. Una chica francesa canta con entusiasmo las bondades terapéuticas de los baños termales por los que en Europa se pagan cantidades astronómicas y aquí lo tenemos de forma natural y gratuita. Volvemos reconfortados y alegres. Lo justo para que durmamos toda la noche como lirones.

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