martes, 4 de septiembre de 2012

Soy de aquí pero no he nacido aquí


2º día. Martes 14.08.2012

El día se presenta clemente cuando empezamos a movernos a las 8:30 h. Quizás se haya apiadado de nosotros y no quiera hoy que repitamos los sudores de ayer. Cargamos los petates en la furgoneta en la que vamos a movernos estos días. Así como motos hay por todas las esquinas, el parque automovilístico de cuatro ruedas es reducido (posiblemente porque son caros y porque las carreteras son malas). La gran mayoría de los coches son viejos y están destartalados pero un pequeño porcentaje son nuevos y envidiados todoterrenos, pertenecientes a los privilegiados más pudientes. Los taxis y los microbuses están muy castigados y se sobrecargan hasta límites increíbles. Vemos por la carretera furgonetas de nueve plazas llevando hasta veinticinco o treinta pasajeros.

Una infinidad de motos de pequeña cilindrada pululan a nuestro alrededor. Son un enjambre. Vehículos particulares portando toda clase de objetos inverosímiles, desde puertas o ventanas hasta ruedas de camión y mototaxis, cuyos conductores en Cotonou llevan una camisola amarilla con un número oficial para poder hacer de taxistas. La moto es sin duda la mejor manera de moverse por la ciudad aunque contribuye de forma gravosa a elevar el nivel de contaminación, que resulta exagerado dado que todos los vehículos se concentran en un espacio muy reducido que es la vía asfaltada.

Nos dirigimos a casa de los padres de Romeo. Está cerca. El concepto de casa aquí difiere sustancialmente del nuestro y también es distinto si se trata de una familia urbana o de una familia rural. Las casas, en síntesis, son una construcción en planta baja y un patio. La edificación es mucho más pequeña y más tosca que las nuestras y, sin embargo, el patio, de tierra y normalmente vallado, siempre es espacioso porque en él se desarrolla buena parte de la vida diaria. El espacio a cubierto suele reducirse a un par de habitaciones con las paredes sin enfoscar techadas con plancha ondulada, en las que se duerme. No suele haber cristales en las ventanas, no hay agua corriente en el interior, no hay gas y muy pocos o ningún armario. Buena parte de la vida se hace en los patios. Fuera está el pozo familiar, fuera están los servicios y en el exterior se está más fresco que dentro. La luz eléctrica en los hogares es un invento reciente y todavía no muy perfeccionado. Casi todos los días se va la luz en varios momentos. El patio se mima y se barre con un barredor de mano, que no es otra cosa que unas ramitas atadas en uno de los extremos. En el centro del patio suele haber un árbol grande y frondoso. La gente vive muy integrada en el lugar en el que se instala y las relaciones con los vecinos y con el barrio son estrechas. Aunque la autoridad la ejerce el padre (pepé), que es el cabeza de familia, las mujeres, además de criar a los hijos, soportan buena parte de las cargas, realizan trabajos de campo, lavan la ropa, cultivan, cocinan y desarrollan actividades comerciales de venta callejera. Las mujeres mayores son muy apreciadas en las familias y en los entornos vecinales.

Nos disponemos a preparar un desayuno en el patio a base de tortillas francesas con cebolla.  Nos llama la atención la forma tan curiosa de trocear la cebolla, apoyándola en la mano izquierda y haciendo los cortes, muy finos, hacia afuera, en sentido contrario al que nosotros lo hacemos habitualmente. Después tomaremos café, que Priscila ha traído de Madrid junto con una pequeña cafetera. 

Se repiten saludos, manos que acarician, se estrechan, abrazos emocionados, abiertas sonrisas a raudales. Alegría y cordialidad impregnan el patio de la casa familiar. En Benín, la componente verbal del saludo suele ser extensa, se dan la bienvenida, se preguntan por su salud y por sus familias y se intercambian buenos deseos. Normalmente se hace dándose besos en las mejillas (pueden ser de uno a cuatro), o estrechándose la mano. En ocasiones, normalmente entre los jóvenes urbanos, este saludo se termina con un chasquido de los dedos. Cuando la relación es intensa y hace tiempo que no se ven los que se encuentran, suelen darse pequeños coques laterales con la cabeza, normalmente cuatro.


Dejamos allí todos los petates que no vamos a necesitar en el viaje. La madre de Romeo se viene con nosotros a Savalou. La carretera hasta Porto Novo es un reguero interminable de puestos de venta. Romeo nos comenta que él nació allí pero que realmente no es de allí y, en principio, no lo entendemos bien. Resulta que puedes ser de un sitio pero no haber nacido allí. Los benineses son de donde es la familia del padre, independientemente del lugar en el que la madre haya dado a luz. A ese lugar se hallan enraizados y de él dependen administrativa y burocráticamente.

Pasamos por Cové, el lugar del que es Jöel, el fiel amigo de Romeo. Los de Savalou tiene cierta rivalidad con la etnia mahi que habita en esta tierra, aunque siempre se han considerado superiores por una razón poderosa, cual es que en Savalou hay colinas, un bien preciado en un país tan llano como Benín, porque la posibilidad de instalarte en una atalaya te da ciertas ventajas estratégicas a la hora de protegerte y de defenderte de tus rivales y enemigos.

La carretera es aceptable. En total hay muy poca superficie asfaltada en Benín, casi todas las vías de comunicación son de tierra mejor o peor allanada. Se podría decir que hay cuatro carreteras y no hay mantenimiento. Las más viejas son difícilmente practicables porque se han ido deteriorando, los baches han ido extendiéndose y no se arreglan, pero buena parte de la red tiene pocos años de vida por lo que se puede circular relativamente bien. Por todas las carreteras circula gente caminando. La mayoría son mujeres y niños portando cosas de todo tipo sobre la cabeza, muchas veces leña. Hay que invertir dosis importantes de tiempo y de trabajo para conseguir combustible para la cocina. En muchos sitios venden grandes sacos de carbón vegetal y hatillos de leña.



En Bohicon es donde trabaja la madre de Romeo y allí tiene una casa. Cuando nos descubren, el patio de llena de niños a los que se percibe que les falta de todo pero que huelen a cariño. Se acercan curiosos, expectantes, descalzos y sonrientes. En muchas ocasiones les vence el asombro ante el hombre blanco y les impide articular palabra.

Unos hombres juegan a las damas en la puerta de la casa. En Benín hay bastante afición al juego. Fundamentalmente juegan a las cartas, al póker, pero también juegan mucho a las damas y a ese juego popular en muchos países africanos con bolitas que se depositan en cuencos, que aquí se llama adji. Mientras esperamos a la madre de Romeo decidimos dar una vuelta por el mercado. Un plasta nos da la murga con una cantinela cansina y repetitiva que canta acercándose a la boca un megáfono sin pilas. Habla de que debemos hacer el bien y que el que no lo haga sufrirá toda clase de castigos y de males, pero resulta terriblemente machacón. El mercado es bonito. Además de su aspecto comercial, en Benín los mercados, que hay muchos por todas partes y muy grandes, son puntos de encuentro. Un hombre me increpa por haber hecho una foto. Romeo tiene una nueva intervención afortunada y le llama la atención diciéndole que no tiene razones para decirnos nada cuando realmente previamente le había perdido permiso, lo que el propio fotografiado corrobora.

Nos vamos a comer al hogar de la juventud. Todos tomamos pollo, unos con arroz picante y otros con patatas fritas. Beninoise, agua y Sprite. Nos resulta un poco más caro que en otros sitios, alrededor de 4 euros por barba, incluyendo las bebidas. 

Salimos de Bohicon para recorrer, ya sin muchas ganas porque llevamos mucho tiempo en la carretera, los kilómetros que nos faltan hasta Savalou que, al final, se hacen relativamente rápido. De vez en cuando, hay troncos tirados en la carretera que, a veces, se complementan con una valla para impedir totalmente el paso . Nos dicen que los utilizan como un peaje o un puesto de control con el fin de parar a los coches y pedirles dinero por cualquier motivo, para las fiestas, para arreglar la carretera o para otras diferentes causas. A nosotros nos echan una ojeada y nos dejan pasar sin problemas.


Savalou está totalmente engalanado para su gran fiesta. Estamos en la tierra de los Gbaguidi. Nada más llegar nos van presentando a la familia. Pasamos por el taller de costura del hermano de la madre de Romeo, después saludamos en la puerta a diferentes familiares y entramos en la casa de la abuela. En la puerta, como señal de bienvenida nos ofrecen un cuenco con agua. Romeo nos explica que tenemos que verter un poco de agua del recipiente por la tierra, en señal de respeto a los muertos y como agradecimiento a los frutos que nos ofrece. Después hay que beber un sorbo y pasarle el cuenco a los demás, aunque nos advierte que no bebamos el agua, que es del pozo comunitario, para evitar problemas, que únicamente por cortesía mojemos los labios, lo que así hacemos. Se percibe que somos bien recibidos. Hay alegría y ganas de agradar.

Después entramos en la casa y compartimos unas bebidas con la matriarca familiar, agua mineral fresca, refrescos y cervezas. Aunque las familias nucleares ya son habituales en los entornos urbanos, en áreas rurales la mayor parte de la población se sigue estructurando con esquemas más tradicionales. Lo más frecuente es que la familia extensa se concentre en varias viviendas en torno a un espacio común, en el que se ubican los pozos de agua, el sitio en el que se cocina y los servicios, en una zona delimitada por una valla o por las mismas edificaciones, en la que sin ningún problema suelen caminar sueltos los animales domésticos, normalmente gallinas, pavos, cerdos y cabritillas. El patio común es el área de confluencia, el punto de encuentro para las relaciones y los intercambios, el lugar en el que se comparte el tiempo de ocio, se realizan juegos, trabajos en equipo y actividades colectivas. 
 
Nos disponemos a preparar el paso de la noche en Savalou. Nos facilitan una habitación de reciente construcción y muy limpia, en la que únicamente tenemos que luchar a brazo partido con los abundantes insectos. Además, han hecho para nosotros una especie de camillas de lona plegables. Disponemos de cuatro. El espacio resulta un poco justo para los siete. Por algún sistema aleatorio incomprensible se decide que durmamos en las camillas Tere, Matilde, Águedo y yo. Priscila lo hace en un colchón hinchable y Noé y Romeo en otro.

Lo dejamos todo preparado y cuando para de llover nos vamos al otro Prince, un segundo chiringuito que el hábil tío de Romeo tiene frente al hotel en el que durante las fiestas se alojan los monarcas que acuden al Foro de Reyes. Mucha música. Charangas.

Al regreso, el cansancio impera. Se mete todo el mundo a dormir. Yo me quedo fuera a la intemperie pasando las fotos al ordenador y reflexionando acerca del día y del viaje. La gente va llegando por diferentes medios y en diferentes estados. Todos se sorprenden de verme sentado en la silla con el ordenador. Todos sonríen. Todos saludan con un Bon soir.



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