La suerte de no ser de Benin

Le he oído contar a mi madre que cuando yo tenía seis meses padecí una neumonía muy grave. Decía, asustada, que parecía que me iba a morir. Una atención cuidadosa y los desvelos de un pediatra lucense impidieron definitivamente que entrase a formar parte de ese porcentaje, escaso pero desgraciado, de 4 niños españoles que de cada 1.000 fallecen antes de haber cumplido los cinco años.


Si el azar hubiese tenido el capricho de que yo viniera al mundo en Benín, la probabilidad de haber muerto se habría multiplicado por 30. Allí, 123 niños de cada 1.000 no consiguen superar con éxito la barrera de los cinco primeros años de vida.
En otros casos no lo sé, pero en éste, he tenido suerte por no haber nacido en Benin.
Nosotros somos cuatro hermanos. El pequeño, Lalo, nacía dos años y medio después que yo. Entre nosotros dos, mi madre tuvo dos abortos. Uno de ellos casi le cuesta la vida. Por suerte, no pasó a formar parte de esas 4 mujeres españolas que de cada 100.000 se mueren al dar a luz. En Benin, las probabilidades de no superar el trance se habrían multiplicado por 200, ya que allí fallecen 840 mujeres de cada 100.000 en el momento del parto.
También en este caso he tenido suerte. Si hubiese nacido en Benín me habría quedado sin madre desde pequeño y no habría podido disfrutar de un hermano estupendo como el que tengo.
Ahora tengo 61 años y esto también sería de otra forma totalmente distinta si hubiese nacido en Benín. De hecho, probablemente no existiría, me habría muerto hace algún tiempo. Allí la esperanza de vida al nacer está en los 57 años. Frente a los 78 de los españoles supone 21 años extra que nos regalan por el mero hecho de no haber nacido en Benin, un detalle que agradecer.
Algo positivo hubiese tenido al nacer en Benin, estaría permanentemente rodeado de niños. Allí, el 45% de la población son niños. En comparación, España puede considerarse un país de viejos. Sólo un 14% de los españoles son menores de 14 años. Y vivir rodeado de niños siempre es bonito. Pero, bueno, vivir en un país de viejos tampoco está nada mal porque significa que todos llegan a esa edad, que viven mucho. En Benin pocos llegan a viejos. Un porcentaje mínimo, únicamente un 2%, logra celebrar su 65 cumpleaños.
No tengo una salud de hierro. Hace unos años me detectaron un pequeño problema coronario. Desde entonces tomo una medicación diaria y cada mes estoy obligado a hacerme unos análisis rutinarios. Gracias a ello puedo llevar una vida absolutamente normal.
En Benin los servicios de salud son deficientes y escasos. La situación hubiera sido muy distinta. Allí, me habría tenido que pelear con otras 9.999 personas para que me viese el médico. Los 311 médicos que se reparten por el país no suponen ni un médico por cada 10.000 habitantes. En nuestro país son 135.300 médicos los que nos atienden, lo que viene a significar 40 veces más que allí.
Para hacerme mensualmente los análisis, el número de enfermeras con el que contaría en Benín sería de 5.789 (es decir, 8 por cada 10.000 habitantes), mientras que en España la cifra asciende hasta las 322.600. Suponen 76 por cada 10.000 habitantes. Quizás tampoco son suficientes pero indudablemente supone tenerlo algo más fácil.
En Madrid nos quejamos de las listas de espera en los hospitales pero, mientras en Benín disponen de 5 camas hospitalarias por cada 10.000 habitantes, en España hay proporcionalmente 7 veces más, 34 para esa misma cantidad de gente.
Si hubiese nacido en Benin cabe la posibilidad de que no pudiese ducharme, cocinar o beber de la misma forma que lo hago aquí, ya que un 35% de la población no tiene acceso al agua potable.
Otra cuestión importante que posiblemente me estaría negada si hubiese nacido allí en vez de aquí es que no podría estar escribiendo este blog. No solamente porque no tendría la fortuna de tener un ordenador (un 50% de la población vive con menos de un dólar al día) sino porque es posible que no supiese escribir ya que alrededor del 50% de la población son analfabetos, un porcentaje que sobrepasa el 70% en caso de ser mujer. 

Está claro que nacer en un sitio y no en otro es decisivo. Yo, por todas estas cosas, me alegro de no ser de Benín.

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