9º Día. Martes, 21 de agosto 2012.
Nos sentamos en un chiringuito a desayunar, un espacio reducido atendido
por dos chavales del norte del país, (dice sin ningún asomo de duda Romeo, que
los identifica por el dialecto) en el que atienden con presteza
a once comensales en tres metros cuadrados (a uno de ellos incluso le sobra habilidad para
simultáneamente atender al móvil y teclear, a la vez que cocina). Cada día que pasa nos hacemos un poco más benineses. Como de
costumbre, desayunamos tortilla francesa en pan y nescafé con leche condensada.
Noelia y Romeo cogen en el puesto de al lado unas tortitas de esas llamadas
paté para completar.
Nos llevan Jöel y Patrice al Colegio
católico de Santa Teresa del Niño Jesús, en el que trabaja la tía monja de Romeo,
aunque ella no está ahora, está de vacaciones. Nos recibe en el patio el Jefe de estudios de los cursos de verano, que nos acompaña al despacho de la Jefa de Estudios, una monja de avanzada edad y extrema
delgadez pero con una mirada luminosa llena de cariño y muestras de gran lucidez. Habla un
poquito de español que no duda en poner en práctica y se muestra entusiasmada con nuestra visita. Romeo le hace
entrega de una bolsa con material escolar, que la madre dice que distribuirá
entre los alumnos con menos recursos. También le damos un balón de fútbol.
Después, iniciamos un recorrido por los pasillos para ir conociendo un poco el centro y vamos entrando en algunas clases en las que los respectivos profesores están impartiendo inglés, matemáticas y lengua. Algunos de los alumnos asisten a clases de español y nos saludan tímidamente en nuestro idioma. Están un tanto sorprendidos, se ve que no les resulta nada familiar tener al lado una piel tan blanca como la nuestra. A veces pienso que nosotros también tenemos que aprender a ser blancos. No nos viene nada mal. Nadie nos ha enseñado a ser distintos por nuestra raza, no estamos acostumbrados a tener que justificar nuestro color.
Después, iniciamos un recorrido por los pasillos para ir conociendo un poco el centro y vamos entrando en algunas clases en las que los respectivos profesores están impartiendo inglés, matemáticas y lengua. Algunos de los alumnos asisten a clases de español y nos saludan tímidamente en nuestro idioma. Están un tanto sorprendidos, se ve que no les resulta nada familiar tener al lado una piel tan blanca como la nuestra. A veces pienso que nosotros también tenemos que aprender a ser blancos. No nos viene nada mal. Nadie nos ha enseñado a ser distintos por nuestra raza, no estamos acostumbrados a tener que justificar nuestro color.
Entre los chicos la palabra España se asocia a fútbol, al mundial, a Messi, a Ronaldo. En eso nos identifican con precisión, pero son muy pocos los que contestan afirmativamente cuando
les preguntamos si saben dónde está nuestro país. Arquean las cejas y la expresión con la que acompañan la sonrisa que viene a continuación, denota claramente lejanía, desconocimiento, duda. Las clases son de unos
cincuenta alumnos por aula y resulta evidente que los medios son escasos, grandes
pizarras hechas con un lienzo pintado de negro y “encerado” sobre la misma pared, tiza y hojas
sueltas o pequeños cuadernos bien aprovechados. Ventanas sin cristales, como en
todas partes y, en este caso, con rejas. Alumnos y alumnas, pulcramente vestidos y aseados.
Se puede apreciar, por comparación con los nuestros, que los chicos aquí son muy disciplinados. Están acostumbrados a normas más rígidas, a un orden más estricto, al rigor. Sus miradas son despiertas, inquietas. Escuchan con atención a Romeo, que trata de motivarlos y les alienta a esforzarse para mejorar. Pienso que he tenido mucha suerte habiéndome dedicado a la enseñanza. Es bonito, es gratificante. En el fondo, devuelves lo que te han dado, lo que has ido aprendiendo. Sabes que transmitiendo tus conocimientos los socializas, los universalizas y, en alguna medida, contribuyes a hacer adultos mejores, a que los jóvenes se puedan desenvolver con mayor facilidad, a que ganen argumentos, a que se hagan fuertes. En definitiva, a que la vida les resulte un poquito más fácil.
La visita es interesante y tanto los alumnos como los profesores nos
atienden con interés y expectación. En alguna de las aulas nos reciben levantándose e iniciando un cántico apoyado con palmas. Los de los cursos superiores se animan a hacernos
alguna pregunta cuando se lo proponemos. ¿Por qué habéis elegido ese colegio
para visitar?, ¿qué diferencias encontráis entre estar en Benín y estar en España?.
Los dos profesores que nos acompañan también se interesan por temas
pedagógicos, el funcionamiento de los órganos de gobierno en los establecimientos
educativos y la forma en la que se plantea la resolución de los problemas de
disciplina.
Al coger el coche vemos un cartel en un banco que anuncia préstamos para
los estudios de los hijos. Hablamos de este tema y acerca de las dificultades
que supone aquí el dar estudios a los hijos. Los préstamos no son fáciles de
conseguir, los intereses altos y las cuantías escasas. A una mujer como la
madre de Romeo, con un sueldo fijo, le pueden conceder un préstamo de 200.000
francos (unos 300 euros) que cuesta mucho trabajo juntarlos y a la hora de devolverlos
se pueden convertir en 300.000. A otra gente que no pueda garantizar ingresos
no se lo conceden. Los chicos con pocos recursos normalmente quieren estudiar
porque son conscientes de que es la forma de poder salir del círculo complicado
en el que han nacido. Hay mucha competencia entre los que tienen aspiraciones
porque todos quieren conseguir las becas de excelencia, gracias a las cuales
pueden seguir estudiando y sin las que las familias no pueden soportar el
gasto que supone darles estudios si tienen varios hijos, que es lo más habitual.
Nos dirigimos al Estadio de La Amistad. Realmente el estadio no tiene nada especial,
es un estadio grande sin más méritos, pero se entiende que lo luzcan porque no hay grandes
monumentos para mostrar. Lo construyó el gobierno chino hace treinta años,
cuando en Benín había un régimen marxista-leninista. No sólo es el estadio en
el que tienen lugar los grandes encuentros deportivos internacionales, sino que
es el lugar que se elige para celebraciones masivas o concentraciones
multitudinarias de gente, tanto de carácter cultural o social, como político o
religioso (hace unos meses tuvo lugar la llegada del papa Benedicto XVI).
Decidimos después acercamos hasta la playa. Está cerca. El día está nublado y hace
viento. No hay casi nadie. Alguna persona desperdigada entre las palmeras y un
grupo de miembros de la iglesia de los cristianos celestes vestidos de blanco, que
rezan mirando al este y llevan a cabo sus ritos religiosos sobre la arena. En Benín se pueden apreciar carteles publicitarios de muchas iglesias desconocidas por nosotros. En cualquier esquina aparece un texto divulgando las virtudes de un tipo de iglesia, la Iglesia de la Palabra Poderosa, la Iglesia de la Semilla Original o la Iglesia del Cristianismo Celeste. Aunque hay mayoría de católicos, han surgido otras muchas religiones con ánimo de armonizar en mayor medida las diferencias con las religiones tradicionales del país y con el vudú.
En un puesto cercano tomamos coco, mientras que en el maquis de al lado tres
mujeres baten al unísono ñame para la comida en un mortero. El jugo del coco
recién abierto es muy refrescante pero cuando el chaval lo parte con el machete
comprobamos que la carne es pulposa, mucho menos compacta, más gelatinosa que la que
nosotros tomamos habitualmente. Al hacer una maniobra marcha atrás con el
coche, Jöel rompe el cristal de un mueble que había en un puesto callejero.
Como siempre en estos casos hay un momento de tensión y gritos, producto de la
lógica irritación del vendedor, que Romeo se encarga de apaciguar.
Allí al lado nos metemos en un chiringuito para que nos preparen algo de
comer. Espaguetis y cuscús con salsa de tomate y cebolla, adornados con una
pieza de pollo o pescado. El sitio, una especie de terraza de colores
llamativos con una mesa grande de madera tosca pintada de color granate. Cuando
voy al servicio veo en el patio gran cantidad de bloques de ladrillo sobre los
que han puesto la ropa a secar y sobre los que duermen la siesta tres chicas
jóvenes.
Después pasamos al lado del aeropuerto y nos acercamos hacia el puerto
porque Jöel quiere comprar pescado para su familia. Un hombre uniformado me
reprende cuando hago unas fotos inocentes a los barcos de pesca en el puerto, porque es zona
militar. Atardece de prisa. El último punto del orden del día es el mercado de artesanía,
al que hacemos una visita rápida porque tenemos intención de venir más despacio otro día. Compramos algunos recuerdos. Collares, figuras de madera tallada, pendientes, pinturas y cajitas.
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