3º día. Miércoles, 15 agosto 2012
No lo sabíamos, ni siquiera nos lo habíamos planteado, pero antes del amanecer comprobamos que los gallos en Savalou van adelantados. A las 5 y media es todavía demasiado pronto para empezar a cantar diana. En esos momentos comienza para nuestra desgracia un duro
enfrentamiento dialéctico desde diferentes rincones del patio por hacerse con
el título de gallo madrugador. Una cacareada pelea fratricida que hace que los cánticos desaforados de los aspirantes sean totalmente incompatibles con el descanso y aún menos con el sueño. Nos vamos despertando sin remedio. Aprovechamos para hacer una
pasada por los servicios a desaguar el cuerpo y después nos volvemos a ir metiendo en el
sobre. Cuando los gallos dan por concluido el combate nos vamos quedando fritos
de nuevo. Nos despertamos por segunda vez a eso de las 8. El patio es un
hervidero de actividad a esa hora. Todo el mundo se asea y se acicala para estar
en perfecto estado de revista en el gran día de Savalou. Hoy es el día más
importante del año. Se celebra la Fiesta del Ñame pero también es el día de la Virgen
de Agosto y además hay en la ciudad un Foro de Reyes Tradicionales de África.
En esta época se ha terminado la recolección y hoy en todas las casas se bate en el mortero el ñame cocido para comerlo en familia con una salsa picante y carne de cordero o de cerdo. Se homenajea así a este tubérculo poco agraciado en sus formas que las mujeres portan en grandes cantidades sobre sus cabezas y que, no sólo es el milagroso alimento base gracias al cual no se pasa hambre en esta zona de África, sino que también resulta ser una poderosa ayuda contra el envejecimiento y la osteoporosis, el cáncer de mama, la disminución de la libido, el insomnio, la depresión o la pérdida de memoria. Un auténtico regalo de los dioses con forma de nabo alargado y terroso.
El patio se ha llenado de vida festiva, el trasiego es intenso a pesar de la hora temprana. Entre cerdos, cabritas y gallinas con polluelos, hay niños duchándose con cubos, madres peinando a sus hijas, gente que acarrea agua desde el pozo comunal a las casas, chavales que lavan cacharros o descuartizan un cordero, mujeres preparando cazuelas de comida, otras aseándose.
Disfruto con placer del panorama que se presenta ante nosotros y hago muchas fotos del momento. Fresnel, el primo de Romeo, se acerca para saludarme y hacerme una demostración palpable de lo bien domesticados que tiene a los cerdos, que acuden con rapidez a la pocilga al oír un sonido parecido a un gruñido que él emite con los labios. Me lleva hasta su casa y me muestra orgulloso su libro de español, que guarda en una caja de cartón debajo de una mesa. La estancia es, como todas, una mezcla de dormitorio, sala de estar y despensa, un espacio polivalente de pequeñas dimensiones para usos múltiples. También aprovecha para mostrarme el desastre que produjo en una vivienda cercana una piedra inmensa al caer desde la colina hace unos años. Como el descalabro se produjo unos días antes de la fiesta, el hecho fue interpretado de formas diferentes por los lugareños, unos lo tomaron como una advertencia de los dioses por estar desatendiendo las costumbres más tradicionales, otros entendieron como una gracia divina el que un cataclismo de esas dimensiones se hubiera saldado sin ninguna desgracia personal.
Desayunamos en el “Prince”, un chiringuito que Lambert, otro tío de Romeo tiene al lado del patio familiar. Optamos por repetir el desayuno de estos días que tanto nos gusta: tortilla francesa con cebolla, pan y nescafé con leche condensada.
Después nos vamos andando por un camino de tierra hacia donde tienen
montado el ferial. El paseo es entretenido. Vamos charlando y haciendo fotos.
Unos cuarenta minutos caminando. En el descampado han colocado una serie de puestos
de artesanía local y hay también otros varios con remedios naturales contra cualquier alteración de la salud, desde la úlcera de estómago hasta el asma, pasando por las hemorroides o la eyaculación precoz, incluido el cáncer. Se puede pensar en costumbres atávicas, en creencias ancestrales y en curanderismo, pero también hay que tener en cuenta que la medicina oficial es escasa y cara, lo que potencia la aparición de remedios tradicionales basados en las propiedades de las plantas, las hierbas y las raíces, contra todos los males.
Cuando fotográficamente estaba más animada la cosa compruebo que me he
quedado sin batería en la cámara y se me queda cara de tonto. Me duele como un auténtica desgracia. En estas circunstancias para los que la cámara forma parte del equipamiento habitual nos sentimos desnudos y, además, siempre nos entra la paranoia de que es cuando surgen ante nuestros ojos las
mejores fotos, que uno, inevitablemente, se pierde. Para contribuir a no olvidar el mal que nos aqueja, en el chiringuito oficial de
Turismo, el director general de turismo nos presenta ¡¡al ministro de Turismo!! ¿No habrá en uno de esos puestos de potingues mágicos curalotodo algo contra el cabreo?. No es que tenga yo mayor interés en contar con una foto al lado de un ministro
pero ¡¡para una vez que se pone a tiro un ministro, te pilla sin escopeta!! Además, el
ministro resulta ser un hombre muy majo que se interesa por nuestro viaje. Nos
saluda atentamente y en un español aceptable. Después nos dice en francés lo
contento que está de que hayamos venido desde tan lejos a visitar su país.
Luego nos invita a unos refrescos y a unas cervezas y manda a su fotógrafo que le haga unas
fotos con nosotros.
Como ya se va haciendo tarde para comer hacemos la vuelta en mototaxi. Dos más el
conductor en cada moto. El camino, de tierra y con abundantes baches, hace del regreso
casi una odisea. Cuando llegamos, en el patio se hace ñame pilé delante de
varias puertas. Nosotros nos sentamos bajo un árbol grande y la madre de Romeo
nos trae un buen plato con la masa blanquecina en que ha quedado convertido el ñame
y una cazuela con una salsa de color pardo oscuro, en la que flotan algunos trozos de carne. Vamos
cogiendo con los cinco dedos de la mano derecha pellizcos de la masa, que sumergimos en la salsa
antes de llevarlos a la boca. Romeo desmenuza un poco la carne con las manos
para que la podamos coger bien. Aunque en principio no estamos acostumbrados a
meter las manos en los platos, la mayoría, poco a poco y con cara de circunstancias, lo terminamos haciendo. La verdad es que está muy rico.
Los niños y los jóvenes se van acercando a curiosear y para hacerse alguna foto con estos blancos raros. Al terminar de comer el ñame, nos preparamos un café en la pequeña
cafetera que Priscila ha traído de España. Siempre llama la atención lo desconocido y aquí una cafetera es un bicho raro. La gente quiere saber cosas de ese ritual de los extranjeros, pregunta
por aquel extraño instrumento que utilizamos y por los polvos oscuros que metemos dentro. Cuando les decimos
que sirve para reanimarse, para mantenerse despierto y para subir un poco la tensión, lo quieren probar. Al día
siguiente nos hemos convertido en brujos, auténticos chamanes. Son varios los que vienen directamente a pedirnos que les demos un poco de ese líquido
mágico que levanta el ánimo.
Cuando damos por finalizada la comida subimos andando a visitar el Palacio Real de
Savalou. Es tradición hacerlo en un día como hoy. Nos encontramos con algunos blancos, lo que hasta ahora ha sido muy poco habitual. El palacio no tiene gran cosa aparente ni tampoco una belleza especial, aunque hay bastantes visitantes. Se percibe un gran respeto por el lugar. Comprobamos
en el patio que el tronco central del árbol en el que están
representados los reyes locales lo ocupan los Gbaguidis, los antepasados de
Romeo. Tenemos el gran honor de visitar el importante lugar con un descendiente directo de los reyes. Algunas personas le piden permiso para hacerse fotos con él delante del
árbol. Él accede.
A la salida del palacio nos paramos en un puesto callejero a comprar ñame frito y unos buñuelos hechos con harina de mandioca que están deliciosos. Mujeres jóvenes, guapas y con trajes muy llamativos, deambulan sin prisas por los caminos, de un lado para otro, con bandejas, jofainas o pequeñas cajas-vitrina sobre la cabeza, portando toda clase de comestibles. En ocasiones, llevan también una banqueta de madera bajo el brazo. Son comercios ambulantes de comidas o minirestaurantes a domicilio con platos prêt-a-porter. Vistas desde los ojos europeos son el espectáculo continuo de las calles beninesas. Da gusto ver la habilidad que muestran las chicas para hacer descender la pesada carga y posarla sobre la banqueta cuando son requeridas por la clientela, o verlas desplazarse sin prisas, con esa forma cadenciosa y pausada que lucen al caminar. Un ritmo relajado para todo. El observador concluye de inmediato que en África el tiempo tiene otra medida, otra dimensión y que muchas veces, ni existe. La clave se esconde en la filosofía subyacente que viene a decir que todo termina por suceder hagas lo que hagas, por lo cual no tiene sentido alguno apurarse.
Continuamos caminando mientras terminamos de comer el yovo doko. Al pasar por delante de un templo vudú en las inmediaciones, Romeo nos alerta porque en medio de un nutrido grupo, una mujer endemoniada en trance, va enfrentándose a palos con la gente. Se forman corrillos de curiosos que señalan a la mujer con la falda de paja y comentan la situación. Una mezcla de temor y curiosidad. Me pide que guarde la cámara y nos alejamos momentáneamente de la zona hasta que la comitiva religiosa se mete en el templo y la gente comienza a circular.
El vudú en Benín no es algo tan ancestral como nosotros podemos creer, ni siquiera
un culto extraño, ni una cuestión de magia negra, es una religión oficial que
sigue aproximadamente el 60 por ciento de la población. Tanto cristianos como musulmanes
respetan profundamente los ritos del vudú. Incluso son compatibles los cultos
animistas con la práctica de la religión católica, musulmana o protestante. Sus ceremonias
son frecuentes en las fiestas populares, en su folclore y en el curanderismo.
El vudú, que es una de las religiones más antiguas del mundo, estuvo prohibido en la etapa marxista leninista que vivió Benín durante 17 años. Se persiguió a los practicantes y muchos sacerdotes o vodounon fueron encarcelados. No se consideraba tolerable adorar serpientes, realizar sacrificios a los dioses o que entrara en trance una vodounsi, una sacerdotisa del vudú, para mediar con los espíritus de los difuntos. Sin embargo, los ritos, las ceremonias y las ofrendas continuaron en la sombra y se mantuvieron vivos en la clandestinidad durante toda esa época. Hasta hoy.
El vudú, que es una de las religiones más antiguas del mundo, estuvo prohibido en la etapa marxista leninista que vivió Benín durante 17 años. Se persiguió a los practicantes y muchos sacerdotes o vodounon fueron encarcelados. No se consideraba tolerable adorar serpientes, realizar sacrificios a los dioses o que entrara en trance una vodounsi, una sacerdotisa del vudú, para mediar con los espíritus de los difuntos. Sin embargo, los ritos, las ceremonias y las ofrendas continuaron en la sombra y se mantuvieron vivos en la clandestinidad durante toda esa época. Hasta hoy.
Se hace de noche. Nos movemos hacia la zona concurrida. El ambiente es
festivo. Alguien le apunta a Romeo un atractivo especial en un chiringuito de Canal
+. Nos acercamos. La gente se agolpa sorprendida en torno a dos figuras, un
adulto y un niño, disfrazados de no se sabe muy bien qué, algo así como una
mezcla de espíritu celeste y Pedro Picapiedra. Pretenden ser dos estatuas vivientes, de
las muchas que es frecuente encontrar en una esquina del Rastro, del Retiro o
de cualquier plaza europea algo concurrida. Aquí sorprende por inusual. Llama
la atención y los paseantes se detienen pero no acaban de verle la gracia ni el
arte. No lo entienden. Tanto es así que se oyen risas entre cuchicheos y hay gente que les suelta algún improperio. En principio
las estatuas siguen en su papel pétreo y no se inmutan, pero de repente a la
estatua adulta se le inflan las narices. Deja la inmovilidad para mejor
momento y una sarta de improperios dirigida a los irrespetuosos sale a fogonazos por su
boca. Después, el espectáculo continúa.
Decidimos abandonar el lugar y nos vamos a tomar unas Beninoises otra vez al maquis The Prince, a las que posteriormente añadimos unos espaguetis para cenar. La música muy alta y el cansancio acumulado hacen que no aguantemos demasiado una vez hemos terminado de engullir los platos de pasta y acabado con las cervezas.
Volvemos a casa paseando sin prisas entre la gente. Durante el trayecto venimos charlando de los pormenores del viaje, Noe, Matilde y yo. Lo vamos desmenuzando con entusiasmo. La sensación es muy positiva para todos. En conjunto nos está resultando muy interesante, nuestro bautismo africano es intenso, tenemos el convencimiento de que palpamos de cerca la realidad. Benín es un país distinto con una naturaleza exuberante, que te hace caminar con los ojos muy abiertos y te permite disfrutar. La gente es trabajadora, hospitalaria y encantadora. Además, su sonrisa desprende verdad. Todo suena a auténtico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario