viernes, 28 de septiembre de 2012

Con los que viven encima del agua


8º Día. Lunes, 20 de agosto 2012
Hoy nuestro objetivo es Ganvié, que dicen es la ciudad lacustre más grande de África y un entorno de gran belleza natural. Vamos a por ella. Algo tendrá para que haya sido nombrada Patrimonio mundial por la Unesco en 1996. Caminamos un rato por las inmediaciones en busca de un taxi. Nos detenemos en un puesto observando a una mujer que fríe buñuelos. Se llaman yovó dokó (lo de yovó nos suena mucho porque es la palabra que pronuncian los niños cuando nos ven. Significa blanco y en este caso se usa para los buñuelos porque están hechos de harina de maíz). Compramos siete (a 25 francos) y otros siete hechos con la misma masa pero más aplanados, con forma de empanadilla, a los que llaman paté (a 50 francos) Total, que hemos desayunado muy bien los siete por (525 francos) menos de un euro.

Escasean los taxis para acercarnos a Ganvié. El tiempo va pasando sin solución por lo que Romeo opta por meternos a tres en un taxi (Tere, Mati y yo) que se detiene a nuestro lado, ya ocupado por otra persona. Le da una dirección de Calavi para que nos lleve. Allí nos bajamos (600 francos cfa = 1 euro) y esperamos la llegada del resto del personal. Pasa un buen rato sin que den señales de vida y cuando ya empezamos a impacientarnos aparecen los demás en el coche de Jöel, que se ha acercado a buscarles porque no había taxis.
El lago Nokoué, al norte de Cotonú, alberga varios poblados lacustres entre los que destaca Ganvié, al que de manera poco afortunada han querido promocionar con el nombre de “la Venecia africana”, que no identifica en modo alguno lo que te vas a encontrar, aunque se trate de casas en medio del agua y embarcaciones con cierto parecido a las góndolas. Aquí la vida es mucho más cruda y se palpa mucho más cerca. Ganvié está habitada por una población que en su momento escapaba de las redadas en la época de la colonización. Las personas que viven aquí son descendientes de la tribu tofin que se trasladó del norte en el siglo XVIII para escapar del dominio de los fon al expandir el reino Dahomey. Viven principalmente de la pesca y desarrollan toda su vida sobre el agua. Duermen, estudian y trabajan flotando. La vida de los tofin se desarrolla a bordo de las piraguas y con el agua como referente y como compañera eterna. El lago es todo para ellos. De hecho, tiene hasta su propio dios, llamado Tohossou.
Entrar en la zona donde está el poblado produce una sensación rara, una mezcla de curiosidad, intromisión y respeto. Las viviendas, chozas construidas sobre un inestable entramado de pequeños troncos, son cuatro paredes de caña o de bambú con un agujero para la puerta y otro para la ventana. Por desgracia (al menos para nosotros), los tejados de paja se van sustituyendo por planchas de chapa ondulada. Algún milagro permite que las chozas se mantengan sin problema sobre el agua. El tráfico de canoas en el centro del poblado es incesante. Nos quedamos sorprendidos cuando nos dieron la cifra de 30.000 personas para las que todo ocurre sobre el lago. En el agua está el mercado, la escuela, el centro de salud, las iglesias, el centro artesanal, los hoteles, las tiendas, etc. Todo está enmarcado por el agua. Es un espacio muy llamativo en el que la existencia se presume empapada de extrema dureza. Son evidentes las muchas dificultades que se deben de atravesar para subsistir en un medio tan hostil. Pero también aquí se aprecian las ganas de superación ante las adversidades. Realizamos un amplio recorrido de gran interés por el poblado, durante el cual hacemos varias paradas para comprar algún recuerdo en una tienda de artesanía y para tomar un café observando tranquilamente cómo transcurren otras vidas diferentes.
En el recorrido de vuelta nos cruzamos con un buen número de embarcaciones que faenan o se desplazan de un lado a otro por los caminos de agua. La mayoría lo hacen a remo, algunos con trapos grandes que utilizan a modo de vela y unos pocos  afortunados con motor. A nuestro paso, muchos de los ocupantes de las piraguas se tapan la cara con el sombrero o con las manos, bajan la cabeza o se esconden al verse enfocados por la cámara. Algunos nos dirigen signos de desaprobación y hacen el gesto de salpicarnos con los remos.
Aunque no se note mucho, la vida en el lago tiene que ser dura. Un sencillo pero ingenioso sistema de pesca ocupa buena parte del tiempo de los hombres. Con ramas clavadas en el lago montan un pequeño laberinto para los peces, que acuden en busca de alimento cuando las hojas se van pudriendo. Es cuestión de dejar pasar el tiempo, rodear el entramado con redes y quitar las ramas para hacerse con el preciado botín
La visita a Ganvié resulta para todos nosotros curiosa y de gran interés. Nos atraen tanto los orígenes históricos que dan lugar a la existencia de los poblados como la posibilidad de observar directamente cómo transcurren los días de esta gente, que tiene en el agua su actividad fundamental, su trabajo, su dios y su cultura. Además, plásticamente, el paraje es de una estética poco usual. Podría calificarse de espectacular. Comentamos, ya de regreso, la enorme dificultad que tienen algunos para lograr subsistir por el mero hecho de nacer donde les toca hacerlo.  

Una vez en tierra volvemos a coger zemidjans (moto-taxis) para acercarnos al hotel. Nos lavamos un poco, recuperamos el aliento y continuamos. Al salir, esperamos en el cruce la llegada de Leticia, la hermana de Romeo, que nos va a acompañar al mercado de Dantokpa para comprar telas. Cuando llega nos acercamos en mototaxis al banco en el que Romeo ha quedado con la mujer que visitamos ayer en su casa, para cambiar euros. Salimos del banco con la sensación de ser importantes, después de guardarnos en la mochila un millón y pico de francos en billetes pequeños totalmente nuevos.
Nos lleva Jöel en dos tandas a un maquis cercano. Comida con pollo, plátano frito, cebolla, pimiento, patatas y arroz. Cuando llego, a la vuelta del servicio, Jöel hace un alarde de profesionalidad comprando corbatas a una chica que ha aparecido por allí. Al final ha conseguido llevarse tres corbatas por la sexta parte del precio que le pedía por una.

De allí nos vamos al mercado de Dantokpa, el punto de concurrencia de una marabunta de gente enzarzada en el mundo de la compraventa. Matilde y Priscila quieren comprarse telas para hacerse un vestido. Leti, la hermana de Romeo, domina el medio y nos conduce con habilidad y sin titubeos entre aquellos ríos de gente, para aparcarnos directamente en la tienda adecuada. Espero pacientemente el resultado de la elección. No debe ser fácil saber entre miles de telas de colores, cuáles son los que más te favorecerán.





 
Apostado en la entrada, mientras veo cómo pasa África ante mis ojos, trato de saber qué hago aquí, en esta tienda de libaneses que venden telas para trajes en el gran mercado de Dantokpa, en Cotonou, la capital de Benin, un pequeño país del que hace poco no conocía más que el nombre. Entre la gente que se mueve por el mundo, se repite, a la hora de explicar razones, que viajan porque son adictos a los viajes, que quieren conocer otras culturas, o bien que lo hacen por divertimento, para escaparse de la rutina cotidiana. Yo no sé en mi caso cuáles son los motivos, pero probablemente tengan algo que ver con dejar atrás las seguridades, con caminar, con ser más consciente. Quizás los centrase en el entorno de la fotografía. Y no tanto en la fotografía como resultado sino en la fotografía como medio. Yo no estoy especialmente interesado en la técnica fotográfica, ni me extasío ante una imagen con un acabado perfecto. Yo llevo muchas veces una cámara colgada del hombro porque tengo el convencimiento de que la fotografía me ha enseñado a ver, que gracias a la cámara he visto y veo muchas cosas que de otra forma me hubiesen pasado desapercibidas. No me refiero a hechos acaecidos que haya podido grabar, sino a encuadres, a contrastes, a luces, a colores, a formas que descubres cuando miras fotográficamente. Me gusta buscar, extraer algo determinado dentro de la masa que percibes, algo que se crece al enfocarlo. Cuando se mejora el significado de un objeto es cuando aparece la magia. La cámara registra nada más y nada menos que una decisión tomada por el ojo. La sensibilidad es la guinda. Está claro que no es suficiente estar ante un hermoso paisaje, ante una mujer maravillosa o presenciando un acontecimiento único, para hacer una buena fotografía. Hay que estar despierto. Y está claro que un viaje te permite escaparte o alejarte un poco de las distracciones que diariamente te envuelven y te enturbian los ojos.
Inmerso en mis pensamientos, absorto, cuando vuelven, al terminar de hacer las compras, casi me molesto. Con las telas bajo el brazo nos pasamos un momento por el sitio donde trabaja Jöel (la Oficina de Regulación de los Mercados Públicos, que depende de la Presidencia de Gobierno), a concluir algún trámite pendiente. Desde allí nos vamos al taller de la modista que les va a hacer los trajes, una chica menuda de rostro tranquilo y mirada intensa, ataviada, como no podía ser menos, con un traje perfecto.

Ya de regreso, en la salita que hay delante de nuestra habitación, nos ponemos a distribuir el dinero que hemos cambiado en el banco. El aspecto es de película. Parecemos delincuentes, atracadores repartiendo un botín. Nos llevamos una desagradable sorpresa cuando comprobamos (y recomprobamos) que nos falta un paquete con 10 billetes de 2.000 francos. No es que sea una cantidad notable (20.000 cfas son unos 30 euros), pero Romeo está especialmente molesto. El asunto se zanja sin problemas asumiendo entre todos la falta.

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