viernes, 21 de septiembre de 2012

Hacemos de la jornada un domingo


7º Día. Domingo, 19 de agosto 2012.

Decidimos dedicarle el día al domingo, lo cual no está nada mal. Por de pronto, Nos lo vamos a tomar sin prisas, día relajado. Hoy sin agobios, día festivo. Nos ponemos en marcha a cámara lenta y con ánimo de curiosear. Una buena decisión. El domingo es día de ir a misa. Vamos. Cogemos siete mototaxis para acercarnos a ver la gente salir trajeada de la misa en la iglesia de Santa Teresa de Godomey. 
Es evidente que el sistema de transporte es el más adecuado porque cuando llegamos todavía no ha terminado la celebración y temíamos no llegar a tiempo. En tanto no acaba, aprovechamos para tomar nuestro desayuno africano en un maquis, Chez Pepé, cerca de la iglesia y en la misma calle. 
Estamos en mitad de la placentera faena peleando a mordiscos con la tortilla, cuando se acerca hacia nosotros calle abajo un colectivo de gente con tambores, bailando y cantando. Son yorubas musulmanes en plan festivo, que nos saludan y se ríen durante un rato mientras danzan a nuestro alrededor al ritmo de la música.


Cuando finaliza la misa entramos a conocer la iglesia y el recinto. Tiene un acabado espectacular. Llaman especialmente la atención la explanada, el tamaño de la iglesia y los llamativos (e inusuales para nosotros), colores del interior en el altar mayor. Simultáneamente, en otra iglesia más pequeña dentro del complejo, la comunidad inglesa católica celebra también otra misa. Un cura joven nos ve despistados y se acerca a nosotros para contarnos la historia del edificio y la vida de la santa.


A la salida, vamos caminando despacio por la calle, parándonos en los puestos. Comentamos cosas de lo que vemos. Los trajes en Benín, lo mismo que en otras regiones del centro de África, son de colores muy vistosos, llamativos. En otro sitio diríamos que no pasan desapercibidos aunque en estas circunstancias los que no pasamos desapercibidos somos nosotros, a los que miran y analizan de arriba a abajo. 


Para nosotros no resulta nada fácil distinguir las diferentes etnias que coexisten en Benín, pero sin saber a cuál de ellas pertenecen, comentamos que tanto los chicos como las chicas jóvenes son muy guapos, con cuerpos fibrosos, aunque quizás no tan corpulentos como en otros países africanos. Otra de las cosas que comentamos es que hay muchas mujeres por la calle con una bandeja sobre la cabeza en la que llevan de todo y en grandes cantidades: ñame, jabón, leña o telas. Lo que sea pero en la cabeza. También resulta llamativo para los ojos ajenos la gran cantidad de chicas que llevan un niño a la espalda. El sistema es barato, muy práctico, debe ser cómodo para las criaturas y para las madres, les permite tener las manos libres y no les dificulta para realizar ningún tipo de actividad. Algo en lo que nos fijamos y que nos llama la atención es que debe ser prácticamente nulo el porcentaje de fumadores.  En todo este tiempo en Benín, a la única persona que hemos visto fumando es a Matilde. 


En uno de los puestos callejeros que abundan en la ciudad compramos y tomamos a mordiscos, caña de azúcar. Es un bocado rico. Nos percatamos de que un hombre mayor, hace rato que se nos ha pegado y nos va acompañando durante todo el camino. Al llegar a la confluencia con la gran avenida nos detenemos y esperamos la llegada de Jöel, con el que ha quedado Romeo. Mientras lo hacemos se aproxima a lo lejos otro grupo de gente, en esta ocasión todos vestidos de verde, con música de percusión y cánticos, que celebran    una ceremonia vudú. Algunas personas, de avanzadilla, ofrecen bebidas alcohólicas y en cabeza de la comitiva, una persona en trance, a la que rodean y vienen agarrando entre varios. Pedimos permiso a los que nos han ofrecido bebida para hacer fotos. La mujer dice inicialmente que sí, pero en cuanto hago ademán de echar mano a la cámara para enfocar, varios hombres airados me amenazan con gritos.

El rato da para hablar. Intercambiar impresiones siempre es positivo y te ayuda a fijar observaciones que de otra forma vuelan a tu alrededor sin posarse. Una de las cosas sobre las que elucubramos es la distinta manera de enfrentarse a los días cuando estamos de viaje, durante ese tiempo en el que nos situamos fuera de nuestra rutina. En la dinámica habitual solemos estar enzarzados con el tiempo pasado y el futuro, en detrimento del presente. Vivimos analizando el pasado reciente de nuestro entorno, las reacciones que han tenido nuestros allegados, el porqué se ha desencadenado tal hecho, quién habrá sido el causante de aquel desenlace, etc., o bien proyectando nuestra mente hacia el futuro, cómo tengo que atacar mañana la reunión de la empresa, qué es conveniente que diga para calmar los ánimos airados, cuándo voy a poder cambiar de coche y cuál me voy a comprar, a qué universidad irá mi hijo el curso que viene si aprueba la selectividad, etc. Normalmente viajar es acentuar el momento actual, dejar a un lado el pasado y el futuro para intensificar el presente. Es un cambio interesante porque en los viajes se crece el ahora y eso nos permite disfrutar más de cada instante. Curiosamente nos solemos despistar de lo que llamamos actualidad, no nos preocupa tanto no estar al corriente de lo que sucede. Además, la reflexión nos puede ayudar a descubrir que lo podemos extrapolar, que no es tan difícil hacerlo y que posiblemente seamos capaces de aplicarlo a la vida cotidiana. Nos debemos de preocupar más por el presente y disfrutar de lo que tenemos ante los ojos en cada instante
En una escalera en la que nos hemos sentado a filosofar mientras esperamos, comentamos el caso del hombre mayor que nos viene siguiendo desde el desayuno, al que Romeo ha querido dar una propina y éste la ha rechazado diciendo que él no era quién para hacerlo, que se la diese el hombre blanco. Unos nativos a nuestro lado pretenden convencer a Romeo de que el hombre no está bien de la cabeza, pero éste está convencido de que se encuentra perfectamente y que la postura que adopta se debe fundamentalmente a una cuestión de orgullo.   
Me acerco a dar una vuelta por los alrededores y me llama la atención una carnicería. La carne, de vacuno y de cerdo, encima de una mesa de madera, sin ningún tipo de protección. Le pregunto a Romeo si habría posibilidad de hacer alguna fotografía. Él, siempre tan dispuesto, habla con el propietario que le dice directamente que no. Romeo no insiste. Después charlan sobre las dificultades administrativas que tienen los comerciantes para cualquier trámite, del vandalismo que padecen en los puestos callejeros y de la expropiación de la que ha sido objeto cuando ha habido que ensanchar la carretera. Romeo le ofrece la posibilidad de mediar ante el ayuntamiento y le pasa su número de móvil. El hombre, sin que Romeo se lo vuelva a recordar, le dice que puedo hacer las fotos sin problema, aunque el ayudante que corta la carne me pide que a él no lo fotografíe.


Al poco rato llega Jöel en su flamante todoterreno, al que acompaña Patrice en su destartalado taxi. Se montan Mati, Tere, Priscila y Águedo con Jöel y Noelia, Romeo y yo con Patrice. Durante el trayecto le comento a Romeo la enorme dificultad que supone para nosotros distinguir la expresión de sus rostros y, en consecuencia, sus intenciones. Cuando estás en tu terreno, en Madrid, por ejemplo, no tienes ninguna duda del nivel de acaloramiento que alcanza una discusión ni de cuando se puede llegar a las manos. En África nos cuesta mucho deducirlo. Por otra parte y en contra de lo que sucede en España, aquí, normalmente, el primer contacto con alguien ajeno siempre suele resultar frío. Lo buscan deliberadamente para procurar mantener la distancia durante los primeros instantes, hasta que se descubren las intenciones y cada cual sabe a dónde pretende llegar el otro. Posiblemente el protocolo no difiere mucho del nuestro aunque algo sí, pero se agrava porque los códigos no son tan conocidos y la interpretación de la gestualidad y de la expresión es mucho menos afinada, más difícil.

Nos dirigimos a casa de Jöel en los dos coches. Hacemos una parada en el camino para comprar en una tienda pavo congelado y unas bebidas. En casa de Jöel nos recibe Alice con entusiasmo y, en un santiamén, sacan al patio los butacones y la mesa del salón y nos preparan un comedor por todo lo alto. Hace calor pero la temperatura no es desagradable. Estamos teniendo mucha suerte con el tiempo. Todos contábamos con estar sudando la gota gorda y hasta ahora el calor está resultando muy llevadero. La comida, gracias al pavo que hemos comprado, que preparan acompañado de cuscús con una salsa de guisantes y cebolla, resulta estupenda. La compañía de la familia, mejor. Se ve que tienen una relación estrecha e intensa entre ellos. La velada se acompaña de sesiones de fotos, carantoñas a la niña, sonrisas múltiples y cariño.


Después de la sobremesa, nos vamos a casa de una mujer amiga suya. Por el porte de la vivienda y las paredes enfoscadas se puede deducir que es una mujer importante. Nos atiende fuera de la casa, en el hall de entrada y nos obsequia con unos yogures artesanos que paladeamos con placer.
De allí nos vamos a visitar a una tía de Romeo que tiene una gasolinera. Instintivamente pensamos en una gasolinera con las que nosotros estamos familiarizados, pero una gasolinera no tiene mucho que ver con un puesto de gasolina de los que abundan por Benín. Nos recibe la mujer con mucho cariño. Físicamente se parece mucho a la madre de Romeo pero es un poco más joven. Mientras nos atiende, despacha con soltura algunas garrafas de gasolina a los automovilistas. Nos comenta la dureza de la jornada laboral a la que está sometida en ese puesto de trabajo y lo importante que es la situación en la que se ubique la gasolinera para que el negocio resulte medianamente rentable.


Hacemos de vuelta una breve parada en el hotel, que nos queda de paso antes de irnos a cenar a casa de los padres de Romeo. Noelia y Romeo se encargan de preparar una cena a base de ñame y espaguetis con salchicha. 
Mientras tanto, los demás nos sentamos en la puerta a compartir el rato con los padres, los hermanos y hermanas de Romeo y Marco, el vecino. El camastro que trajimos de Savalou nos acompaña y nos sirve de asiento. Hoy está también Kevin, el otro hermano de Romeo, que ya ha terminado su contrato con la empresa para la que estaba trabajando en Togo. Me siento con él, Águedo y el padre de Romeo. 
La conversación deriva hacia el tema de los precios y la escasez de combustible. Hablamos de la electricidad, lo cara que está y lo mal que funciona. También de la escasez y el precio del gas. El patriarca apuesta por el carbón y analiza sus prestaciones, su rendimiento y sus ventajas frente a los demás. Me pregunta curioso sobre la situación y los precios de los combustibles en España.
Hablamos entre nosotros de volver andando desde allí hasta el hotel. Nos apetece caminar para bajar un poco la cena. En principio, nadie pone ninguna pega cuando lo decimos pero percibo como el padre de Romeo se queda pensativo y al cabo de un rato propone acompañarnos paseando, con Kevin y Marco. Insistimos en que no es necesario porque está muy cerca. El padre asegura que no es que tenga miedo a que nos pase nada, pero se queda más tranquilo si ellos van con nosotros. Y así lo hacemos.

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