sábado, 6 de octubre de 2012

El alma de las cosas


11º Día. Jueves, 23 de agosto 2012.

Llueve con poco entusiasmo cuando abrimos el ojo. Un chirimiri simpático que refresca y tiñe de alegría la mañana. Nos levantamos sin prisas e iniciamos la jornada a un ritmo muy africano para contrarrestar la sobrecarga de todos estos días. Hoy forzamos al programa para que nos regale un día relajado. Hoy toca desestrés. Desayunamos en la sala de la suite, piña, papaya, buñuelos, eso que aquí llaman paté (que no tiene nada que ver con el nuestro) y café con leche condensada. A primera hora ha venido Kevin, el hermano de Romeo, que nos va a acompañar al Centro de Artesanía a hacer las compras que faltan.
Vamos a la esquina de la panadería, nuestro punto estratégico habitual, donde cogemos los mototaxis que nos acercarán hasta el centro de Cotonou. Aunque está prohibido, vamos dos en cada moto además del conductor. La mayoría circulan así sin que nadie les diga nada. Hay poca normativa y pocos controladores en esto del tráfico. También escasean las señales. Son alrededor de 12 kilómetros lo que tenemos que hacer. Kevin tiene fama de manejarse bien en estas situaciones y se encarga de ajustar el precio al final del trayecto. Nos cobran 1000 francos  (1,5 euros) por cada pareja. Uno de los motoristas me pide que le de mi dirección. Es estudiante y tiene interés en escribirme. Le dejo mis datos en un papel. Asegura que se pondrá en contacto conmigo. Yo me voy con la duda.


En el Centro de Artesanía, un espacio abierto salpicado de tiendecitas, compramos recuerdos, sobre todo figuritas hechas en madera, máscaras, collares y pendientes, batik y dibujos. Es prácticamente todo lo que hay. Muy poca gente, casi nadie. Dos o tres blanquitos. Sigue lloviznando. Nos han recomendado que ojeemos las piezas que nos interesan y se lo digamos a ellos (Romeo y Kevin), que se encargan del regateo. Aquí, en el mejor de los casos, se llega a la mitad de la cifra inicial, aunque la mayoría de las pujas se quedan entre el 60 y el 70%. Nos tomamos el juego en serio, como debe ser, pero normalmente cedes y pierdes la partida cuando te das cuenta que te estás peleando a muerte por conseguir rebajar el precio un euro. En cualquier caso, todo es barato para los que venimos de fuera y pensamos en euros.

Tres jóvenes vendedoras aprovechan un refugio mínimo para guarecerse de la fina lluvia
No suelo comprar cosas de recuerdo. Si acaso, algún detallito para regalar. A mí, lo que me gusta llevarme de los sitios son las sensaciones. En alguna medida las fotos me ayudan después a refrescar lo vivido, a recordar el ambiente que se respiraba en aquella situación, a recrear la emoción que se siente en cada momento. Las fotos contribuyen a que el alma  resucite. A Jesús Trello, un amigo enorme, con el que he tenido la suerte de compartir viajes, le debo una de las frases que más me han enorgullecido sobre mi afición fotográfica. En el catálogo que él prologó para una exposición que hice con fotos de Marruecos en un centro cultural de Madrid (Al final del amanecer) decía que con mi cámara conseguía retratar el alma de las cosas. Un piropo a todas luces exagerado, pero que responde a mi motivación fotográfica. Es verdad que las fotos no pueden ser perfectas si no sentimos cómo palpitan. Una foto, para que emocione, tiene que estar viva. 
En Benín todavía siguen existiendo lazarillos para acompañar a los invidentes 
Los que terminamos pronto de comprar (Romeo y yo), vagabundeamos un poco por la zona en busca de un sitio para reponernos del desgaste comiendo algo. En un puesto callejero compramos unos trozos de cordero, que asan en un bidón en medio de la calle. Se lo llevamos a los demás para matar el gusanillo porque no hay ningún chiringuito en el que podamos meternos pro los alrededores. Por suerte el cordero no está muy picante. Si no lo adviertes, tienen por costumbre poner las comidas muy sazonadas. Preguntamos otros precios por curiosidad: Un pollo entero a la brasa cuesta 2.500 francos, es decir, algo menos de 4 euros.

Seguimos caminando en busca de un sitio autóctono para sentarnos a tomar algo. Por la calle pasa una mujer con la bandeja en la cabeza llena de tacos de jabón con aspecto un tanto extraño. Este "savon noir" se parece a los chicharrones fritos, pero menos compacto (se llama adi koto en fon). Romeo asegura que es un jabón estupendo. Compramos unos trozos a 500 cfas (unos 75 céntimos). La pinta no es nada atractiva. Yo diría que casi es desastrosa. Ya veremos la calidad.

Al final, después de dar unas vueltas por la zona impregnándonos del ambiente del barrio, comemos en un maquis muy auténtico (con toldo y banquetas azules, como casi todos), en medio de una barriada popular. A nuestro lado, unos chicos reparan el pinchazo de una motocicleta mientras una mujer le lava el pelo a su madre. Somos ocho. Espaguetis abundantes con tortilla francesa de dos huevos con cebolla, más coca colas y aguas, hacen subir la cuenta hasta los 3.600 francos cfas, algo así como 5,5 euros las 8 comidas (70 céntimos por barba). Exactamente la décima parte de lo que nos costó ayer en la playa de Djegba. Es la diferencia entre ir de yovó o ir de meui.
Después, callejeamos un rato para bajar la comida, hasta que cogemos un taxi para los 6 (nos metemos 3 delante con el conductor y 4 detrás). Romeo y Noelia se van a acercar a las oficinas de Royal Air Maroc para comprobar que no hay modificaciones en los horarios de los vuelos.



Me ducho un poco al llegar al hotel y Kevin me espera para ir al ciber, mientras los demás se tumban un rato a descansar. Lo de internet resulta ser un martirio auténtico. Tarda una eternidad, se cuelga, se sale de la página en la que estás sin previo aviso, se va la luz. Una odisea desquiciante. Cuando me doy cuenta he invertido más de cuarenta minutos en enviar un correo que, al final, no tengo ninguna seguridad de que haya salido, ni tampoco de no haberlo enviado 7 u 8 veces. Trato de meter algo sobre el viaje en el blog pero el intento me resulta insufrible, no lo puedo soportar. Por suerte, ya he consumido la hora que había pagado. Lo dejo por imposible.

El colorido de la vestimenta femenina y las bandejas sobre la cabeza de la mujer, dos rasgos llamativos
La moto en Benín puede hacer con éxito el papel de furgoneta
Escaparate improvisado de zapatos en la calle aprovechando el resalte del muro
Kevin se despide. Los demás nos preparamos un café que hace Priscila. Al cabo de un rato aparece el sastre a tomarle medidas a Romeo y ya al atardecer viene Jöel con la modista, Rachel, que trae los trajes de Noelia y de Matilde.
Cena a base de piña, trozos de pollo y bolitas de maíz. Después de la cena charlamos sobre el programa de mañana y hacemos un balance de lo que está siendo el viaje hasta ahora y de lo poquito que nos queda. La sensación es muy positiva. Todos estamos muy satisfechos. Hemos descubierto un país nuevo, ciertamente un país muy pobre (el 158 de 181, según el FMI), pero hemos comprobado de cerca (y eso nos va a acompañar ya para siempre) que la escasez no está reñida con la sonrisa y hemos aprendido que rodearnos de más cosas no significa en modo alguno que nos ayude a situarnos más cerca de la felicidad. 

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