Llueve con poco entusiasmo cuando abrimos el ojo. Un chirimiri simpático
que refresca y tiñe de alegría la mañana. Nos levantamos sin prisas e iniciamos la jornada a un
ritmo muy africano para contrarrestar la sobrecarga de todos estos días. Hoy forzamos
al programa para que nos regale un día relajado. Hoy toca desestrés. Desayunamos en la sala de la suite, piña, papaya, buñuelos, eso que aquí llaman paté (que no tiene nada que ver con el nuestro) y café con leche condensada. A primera hora ha venido Kevin, el hermano de Romeo, que nos va a acompañar
al Centro de Artesanía a hacer las compras que faltan.
Vamos a la esquina de la panadería, nuestro punto estratégico habitual, donde cogemos los mototaxis que nos acercarán hasta el centro de Cotonou. Aunque
está prohibido, vamos dos en cada moto además del conductor. La mayoría
circulan así sin que nadie les diga nada. Hay poca normativa y pocos
controladores en esto del tráfico. También escasean las señales. Son alrededor
de 12 kilómetros lo que tenemos que hacer. Kevin tiene fama de manejarse bien en estas situaciones y se encarga de ajustar el precio al final del trayecto. Nos cobran 1000 francos (1,5 euros) por cada pareja. Uno de los motoristas me pide que le de mi dirección. Es estudiante y tiene interés en escribirme. Le dejo mis datos en un papel. Asegura que se pondrá en contacto conmigo. Yo me voy con la duda.
En el Centro de Artesanía, un espacio abierto salpicado de tiendecitas, compramos recuerdos, sobre todo figuritas hechas en madera, máscaras, collares y pendientes, batik y dibujos. Es prácticamente todo lo que hay. Muy poca gente, casi nadie. Dos o tres blanquitos. Sigue lloviznando. Nos han recomendado que ojeemos las piezas que nos interesan y se lo digamos a ellos (Romeo y Kevin), que se encargan del regateo. Aquí, en el mejor de los casos, se llega a la mitad de la cifra inicial, aunque la mayoría de las pujas se quedan entre el 60 y el 70%. Nos tomamos el juego en serio, como debe ser, pero normalmente cedes y pierdes la partida cuando te das cuenta que te estás peleando a muerte por conseguir rebajar el precio un euro. En cualquier caso, todo es barato para los que venimos de fuera y pensamos en euros.
Tres jóvenes vendedoras aprovechan un refugio mínimo para guarecerse de la fina lluvia |
En Benín todavía siguen existiendo lazarillos para acompañar a los invidentes |
Seguimos caminando en busca de un sitio autóctono para sentarnos a tomar algo. Por
la calle pasa una mujer con la bandeja en la cabeza llena de tacos de jabón con aspecto un tanto extraño. Este "savon noir" se parece a los chicharrones fritos, pero menos
compacto (se llama adi koto en fon). Romeo asegura que es un jabón estupendo. Compramos unos trozos a 500 cfas
(unos 75 céntimos). La pinta no es nada atractiva. Yo diría que casi es desastrosa.
Ya veremos la calidad.
Al final, después de dar unas vueltas por la zona impregnándonos del
ambiente del barrio, comemos en un maquis muy auténtico (con toldo y banquetas
azules, como casi todos), en medio de una barriada popular. A nuestro lado, unos
chicos reparan el pinchazo de una motocicleta mientras una mujer le lava el
pelo a su madre. Somos ocho. Espaguetis abundantes con tortilla francesa de dos
huevos con cebolla, más coca colas y aguas, hacen subir la cuenta hasta los
3.600 francos cfas, algo así como 5,5 euros las 8 comidas (70 céntimos por
barba). Exactamente la décima parte de lo que nos costó ayer en la playa de
Djegba. Es la diferencia entre ir de yovó
o ir de meui.
Después, callejeamos un rato para bajar la comida, hasta que cogemos un taxi
para los 6 (nos metemos 3 delante con el conductor y 4 detrás). Romeo y Noelia se van a
acercar a las oficinas de Royal Air Maroc para comprobar que no hay
modificaciones en los horarios de los vuelos.
Me ducho un poco al llegar al hotel y Kevin me espera para ir al ciber, mientras los demás se tumban un rato a descansar. Lo de internet resulta ser un martirio auténtico. Tarda una eternidad, se cuelga, se sale de la página en la que estás sin previo aviso, se va la luz. Una odisea desquiciante. Cuando me doy cuenta he invertido más de cuarenta minutos en enviar un correo que, al final, no tengo ninguna seguridad de que haya salido, ni tampoco de no haberlo enviado 7 u 8 veces. Trato de meter algo sobre el viaje en el blog pero el intento me resulta insufrible, no lo puedo soportar. Por suerte, ya he consumido la hora que había pagado. Lo dejo por imposible.
El colorido de la vestimenta femenina y las bandejas sobre la cabeza de la mujer, dos rasgos llamativos |
La moto en Benín puede hacer con éxito el papel de furgoneta |
Escaparate improvisado de zapatos en la calle aprovechando el resalte del muro |
Cena a base de piña, trozos de pollo y bolitas de maíz. Después de la cena charlamos sobre el programa de mañana y hacemos un balance de lo que está siendo el viaje hasta ahora y de lo poquito que nos queda. La sensación es muy positiva. Todos estamos muy satisfechos. Hemos descubierto un país nuevo, ciertamente un país muy pobre (el 158 de 181, según el FMI), pero hemos comprobado de cerca (y eso nos va a acompañar ya para siempre) que la escasez no está reñida con la sonrisa y hemos aprendido que rodearnos de más cosas no significa en modo alguno que nos ayude a situarnos más cerca de la felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario