martes, 16 de octubre de 2012

Hoy las sonrisas son más pálidas



13º Día. Sábado, 25 de agosto de 2012.
Tenemos la mañana libre. Nos reunimos más tarde de lo habitual a hacer el desayuno en nuestra sala. La mañana tiene el arranque aparente de un día más en el viaje, un día como los demás. Preparamos al mismo ritmo que ayer el nescafé con leche condensada, los yogures, el paté, lo mismo que todos los días, pero algo invisible flota en el ambiente insistiendo en hacernos ver que no es como siempre, que nos queda poco Benín ya en la mochila, que se nos acaba el tiempo, que falta poco para el final del partido africano. Al contrario que  otros días hoy las sonrisas son más pálidas. Si en otros momentos en las conversaciones solían salir a relucir cuestiones relacionadas con las costumbres del lugar, con algo que habíamos visto y que nos llamaba la atención o con diferencias significativas respecto a otros hábitos con los que estamos acostumbrados en España, hoy derivan hacia temas de otro signo. Hoy se habla del dinero que nos queda, de las compras que faltan por realizar, de la prefacturación de equipajes, del tiempo de espera que vamos a estar entre vuelo y vuelo en Casablanca. Se habla de cosas planteadas desde otra perspectiva. Hemos, sin querer, cambiado el ángulo. Vamos, que de forma espontánea o consciente, estamos rematando los últimos lances del viaje y preparándonos para la vuelta.

Después del desayuno tratamos de domesticar un poco la selva en la que se han convertido nuestras habitaciones durante estos días. Al terminar y mientras Noelia y Romeo van a hacer otras cosas, nosotros nos vamos a dar una vuelta por los alrededores. Deambulamos por el entorno al compás de una lluvia lenta que no resulta en absoluto desagradable aunque incomoda ligeramente. Observamos de cerca cómo, en los patios de las casas, la gente trabaja, descansa, estudia, come. El agua comienza a caer con más fuerza y nos refugiamos bajo techado delante de una peluquería. 


Aguantamos un buen rato mientras vemos desfilar ante nuestros ojos diferentes pasajes de la vida beninesa, a los que ahora ya estamos más o menos acostumbrados pero, en esta ocasión, pasados por agua. Se suceden  bajo la lluvia las motocicletas con cargas inimaginables, las mujeres con trajes de colorido espectacular y los hijos ojiabiertos atados a la espalda de sus madres. Como va transcurriendo el tiempo y la cosa no tiene aspecto de mejorar, en un momento determinado decidimos mojarnos y nos lanzamos de nuevo a asaltar la calle a pesar de la lluvia. No es que estemos muy alejados ni que llueva con demasiada intensidad pero, poco a poco, nos vamos calando. Cuando llegamos lo hacemos casi empapados. Nos secamos, nos cambiamos y poco después llega el sastre de Romeo con las camisas que se había llevado para retocar. Además, trae otro montón grande de prendas que pretende sin éxito vendernos, aunque realmente hay algunas muy bonitas y con tejidos muy naturales.
Con un caminar que de alguna forma denota nuestro punto de resignación, nos dirigimos hasta un sitio cercano a comer algo. Gastamos el tiempo de espera mientras nos hacen la comida en visitar alguna de las tiendas de alrededor, en hacer algunas fotos y en despachar a algunos de los vendedores que nos quieren ofrecer de todo lo innecesario a buen precio. Nos entretenemos un poco más con una mujer que hace tocados llamativos y bolsos muy vistosos con vulgares cuerdas de nylon. Es curioso comprobar cómo se exprime la imaginación cuando los recursos escasean. 

En consumir los cuscús con tortilla francesa y el ñame pilé con cordero, más seis botellas de beninoises y otra de agua invertimos un par de horas y algo más de 9.000 francos cfas (unos 14 euros). 


Mientras comemos empiezo a echar en falta más tiempo para hacer fotos. Me invade la sensación (por otra parte frecuente en mí) de que me quedan muchas fotos por hacer, muchos disparos en la recámara. Ahora, conociendo un poco el terreno, es cuando voy siendo más consciente de las diferentes colecciones que debería haber hecho sobre temas puntuales, con las que se podrían ir definiendo algunas características propias de la vida beninesa y que, desde el exterior, resultarían llamativas (fotos de motos con 1, 2, 3, 4 y 5 personas, motos llevando paquetes de lo más variopinto, sacos, ventanas, cajas, latas de gasolina, fotos de mamás con sus hijos a la espalda, de trajes, de mujeres llevando bandejas con cosas sobre las cabezas, etc.). Al final, concluyo con cierta pena que me voy a marchar de Benín sin hacer muchas de las fotos que tenía que haber hecho aunque por otro lado pienso positivamente que sé que me faltan fotos y que ya sé cuáles son, por lo que tengo que volver y además, cuando vuelva lo voy a tener relativamente fácil. A estas alturas de la vida tengo plena seguridad de que no me va a dar tiempo a todo, que me quedarán muchos libros por leer, demasiados rincones por ver, un sinfín de conversaciones por acabar, millares de recorridos por hacer y toneladas de sensaciones por transmitir. Me va a quedar casi todo pendiente, por mucho que apriete. Posiblemente todo lo que emprendemos en la vida resulta inacabado. De regreso nos metemos un rato en la habitación a descansar.


Al atardecer nos vienen a buscar las hermanas de Romeo, para acompañarnos andando a la casa familiar. Es el primer aniversario de la pequeña Segolène y vamos a cenar con ellos. Nos ofrecen pollo, recién matado por el padre de Romeo, y una especie de huevos revueltos (alguien apunta que pretendía ser una tortilla) con ñame y tomate. Se abre una botella de vino traído de España y después se baila con música española. El ambiente es festivo pero en el aire se respira esa sensación amarga que destiñe todas las despedidas. Antes de marcharnos, los anfitriones desentierran el ñame que nos regalan y nosotros les dejamos todo lo que ya no nos va a hacer falta o que no queremos llevarnos de vuelta, las linternas, los champús, las cremas, mi mp3 y ropa variada. Nos sentimos un poco Reyes Magos en pleno verano.

Los padres de Romeo, Leticia y Marco (el vecino), hacen con nosotros andando, a eso de las doce, el camino de vuelta hasta el hotel. La temperatura es estupenda pero la inevitable sensación de despedida que llevamos encima se apodera de la noche y hace que se pueda percibir cómo ciertos escalofríos se transmiten entre los cuerpos a través de los emocionados abrazos finales.


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