No huele a rocío el amanecer, huele a despedida. El aire se va haciendo más espeso
conforme nuestros billetes se acercan irremisiblemente a la hora de su caducidad. Menos
mal que, en medio del desayuno, viene a visitarnos Alexandre, el responsable de las
traducciones oficiales de la presidencia del gobierno, al que conoce Romeo y al
que invitamos (¡vaya anfitriones!) a unos trozos de piña y a una taza de café.
Es una suerte que este tiarrón de dos metros, simpático y abierto nos haya
caído del cielo porque estábamos entumecidos. Nos entretiene durante un rato y consigue
arrancarnos más de una sonrisa. Es desenfadado. Cada vez que acerca la
conversación a su estancia durante un par de años en España se llena de cariño
la sala.
Cuando el dos metros simpático y abierto sale por la puerta caen ahora del
cielo para salvarnos de la nostalgia que se avecina Jöel, Alice, Jolice y Akpé.
Rememoramos el hit-parade del viaje, los momentos cumbre de estos días especiales en Benín. En la charla reafirmamos cariños y afianzamos lazos, nos
hacemos fotos de recuerdo e intercambiamos correos electrónicos, antes de pasar
a la página emocionada de las despedidas.
Poco después también viene a vernos Rigobert, que es nada más y nada menos
que el director general de turismo, un hombre alegre, abierto, campechano y bromista del que, en la distancia corta, sorprende una mirada
desconcertante. A Rigobery lo habíamos conocido ya en Savalou, en la Feria del Ñame,
cuando nos presentó al Ministro de Turismo. Se empeña en invitarnos a tomar
unas cervezas que, como buenos invitados que somos, no es cuestión de
despreciar. Aceptamos, pues, el ofrecimiento. Nos acercamos a un maquis al otro lado de la carretera
y le añadimos por nuestra cuenta unos espaguetis, con lo que queda resuelta la
comida.
Muchas personas hacen gala de domingo. Aire de fiesta. Menos tráfico. Unos
niños se afanan divertidos en abrir a pedradas unos frutos desconocidos
(parecidos a las castañas por fuera), para extraerles y comerse las pepitas. Me acerco. Me observan de reojo y después de rastrearme el rostro y la vestimenta su mirada se detiene en la cámara que me cuelga del hombro. Entre tímidos y curiosos intercambian frases en fon y se ríen abiertamente cuando me oyen
pronunciar (presumo que muy mal) el nombre del fruto que comen. Pasan ante nosotros mujeres vestidas totalmente de blanco o con alguna cruz azul. Pertenecen
a los cristianos celestes y van a misa.
Volvemos un rato a descansar un poco y a preparar las maletas. Después decidimos dar un paseo por las inmediaciones a lo largo de una carretera sin asfaltar. Hay mucha gente
caminado en ambas direcciones pero sin prisas. Las motos no quieren parar a
pesar del domingo.
En algún puesto venden bananas y cacahuetes. Los niños reinventan en la calle juguetes increíbles. Un trozo de tubería gigante hace con fortuna las veces de columpio improvisado. Una niña le enseña a otra más pequeña a andar en bicicleta a costa de algún arañazo. El socorrido neumático entretiene la tarde de una desdentada pareja de niños descalzos. Otros acarretan agua. La tarde corre. El humo de algún puesto señala la entrada en el final del día, el principio de la cena.
En algún puesto venden bananas y cacahuetes. Los niños reinventan en la calle juguetes increíbles. Un trozo de tubería gigante hace con fortuna las veces de columpio improvisado. Una niña le enseña a otra más pequeña a andar en bicicleta a costa de algún arañazo. El socorrido neumático entretiene la tarde de una desdentada pareja de niños descalzos. Otros acarretan agua. La tarde corre. El humo de algún puesto señala la entrada en el final del día, el principio de la cena.
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